Autonomías identitarias

El único patriotismo posible para una sociedad moderna, justa e igualitaria, es el constitucional

Lo acontecido en Cataluña pone encima del tapete la necesidad de una reflexión seria y de calado sobre la naturaleza y necesidad de las comunidades autónomas. De una parte, la dinámica política autonómica -basada en la asunción de los rasgos identitarios como un bien preservable- ha degenerado en reinos de taifas arrogantes, chovinistas y autocomplacientes, donde los partidos dominantes han metabolizado y exaltado la cultura tribal para perpetuarse en el poder (el partido socialista, por ejemplo, es el nacionalista andaluz). De otra, la asunción durante estos últimos meses del gobierno catalán por parte del central ha evidenciado que no pasa nada, que no acontece ningún cataclismo por el cese de un reyezuelo taifa y sus ministrillos; los afanes de la sociedad continúan y la vida sigue igual tanto si nos gobiernan desde Madrid o desde Sevilla. Las autonomías nacieron por la necesidad de satisfacer las aspiraciones nacionalistas de ciertos territorios mal llamados "nacionalidades históricas" y, por extensión, se cosió todo el mapa de límites, se inventaron territorios con personalidad política y rasgos identitarios propios, como riquezas que habían de conservarse y acrecentarse. Y ese fue el gran error. Las instituciones de las sociedades democráticas modernas, al menos las de las más avanzadas, no están para avalar patriotismos de raza o de tribu basados en mitos, creencias fabuladas o manipuladas interpretaciones de la historia pasada. El único patriotismo posible para una sociedad moderna, justa e igualitaria, es el constitucional, como ya lo explicó Habermas, el más importante pensador vivo comprometido con una izquierda moderna, social y razonable. Los patriotismos que se nutren del orgullo por la pertenencia a una tribu, con sus mitos, ritos y tradiciones son el germen de todo supremacismo o xenofobia. El proyecto de la Ilustración, que desgraciadamente no pudo implantarse en su conjunto, aspiraba a una verdadera hermandad e igualdad entre los hombres, a una superación de las distintas tribus y sus rasgos diferenciales. Pero el Romanticismo, surgido como reacción al imperialismo napoleónico, rehabilitó los mitos de los territorios, especialmente los religiosos y raciales, abocando a los nacionalismos y fascismos tal cual los conocemos hoy. Si las autonomías nacieron básicamente para preservar los rasgos identitarios es tiempo ahora de liquidarlas. O nos arrepentiremos aún más.

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