Entre el La, la, la y el Lo, lo, lo

Desde que el hombre es hombre, no hubo festín sin música, rito sin aleluya, ejército sin marcha, ni tribu sin cantinela coral

La música, ay la música. Esa seda sonora desovillada entre ondas rítmicas, dinámicas, armónicas, que envuelve y acaricia, que enardece y penetra como una exhalación onomatopéyica en las galerías neuroacústicas, donde habitan esas emociones de las que emana la alegría. Desde que el hombre es hombre, no hubo festín sin música, rito sin aleluya, ejército sin marcha, ni tribu sin cantinela coral. Cantinelas, las nupciales, a los dioses del himeneo que, en la modernidad, se codificaron como símbolos identitarios, como himnos, esas composiciones musicales emblemáticas de un colectivo que las identifica, porque une entre sí a quienes las interpreta (RAE). Y une, porque el himno encarna un sentimiento, una pasión patriótica que se resiste a ser verbalizada, aunque se deje escuchar y reconocer como tonalidad germinal que da sentido grupal al imaginario común. Mas cuando la colectividad se cuenta por millones, no es fácil que todos se sientan identificados con una melodía por más que, al cabo, los sonidos sean, por naturaleza, poco comprometedores. Menos verosímil aún es que, además, todos se vean encarnados en una letra. Porque la música se siente o no, pero los signos lingüísticos se razonan, se malentienden y dan formas equívocas a los disímiles diseños éticos de cada ciudadano. Y siempre es más accesible compartir el sentimiento que la razón, ¿verdad? Viene la perorata a cuento del impacto generado por la letra al himno de España que cantó Marta Sánchez, a su aire. Que está bien que guste a unos y es legítimo que no agrade a otros. Aunque en este país las letras mejor consumidas son las más iconoclastas como las del La-la-la, el Porom-pon-pero, los Nanáina, o el Chala-la-uoh-uoh, y ahora, también, el Lo-lo-lo con que se canturrea el himno en los eventos públicos. Solo así sabemos alzar corales en este país. Porque si le ponemos una letra explícita, a unos les parecerá cursi, a otros rancia, snob, o fría, qué sé yo. Si sé que es un reto insoluble, acaso innecesario. Y creo saber que si, como dije, todos los himnos no son, al cabo, sino un sentimiento acústico colectivo, ningún poema agregado ?siempre algo barroco?, enriquecerá su sentido, porque no hay lírica que se iguale al pálpito que la emoción sonora suscita en cada cual. Así que, bien mirado, la carencia de letra, permite que cada uno canturree la suya, convirtiendo a nuestro himno, en el más liberal y resiliente del orbe.

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