Yo, no sé

Hablo de la ignorancia, pero en su versión gansa y de soberbia infinita, la del sabelotodo

El atolladero mental que a veces se produce en uno mismo, provoca que la memoria no lubrique como debería. Nuestro sistema cognitivo gusta trabajar en tiempo presente, acogiendo las ideas y recuerdos más cercanos, haciendo algo más difusos y menos reconocibles aquellos que no estrujamos a diario. Y cuando se intenta conjugar, a la vez, el ahora con el pasado, es cuando aparecen esos cortocircuitos neurológicos. Esta amnesia circunstancial que se indica es un simple bloqueo que se supera cómodamente. Desaparece con cualquier placer mundano.

Pero estos olvidos son admisibles, absolutamente disculpables, al menos más que aquellas otras pérdidas asociadas al campo de la inteligencia y del comportamiento humano, y que, en ciertas personas, suele darse con frecuencia e, incluso, permanecen perennes. Hablo de la ignorancia, pero en su versión gansa y de soberbia infinita, la del sabelotodo.

El problema de estos ignorantes arrogantes es que su estado es congénito e imperecedero, por desgracia, y son tan reconocibles como los "yo sé" repetitivos que salen a borbotones de su boca. Saben de todo, opinan de todo. Ya se hable de ciencia o política, de gastronomía o fútbol, de religión o de la evolución de plagas insectiles en agroecosistemas de entremezclamiento de maíz con yuca, ellos saben más que nadie. Tienen que hablar, porque si no explotan. No dudan, su estupidez se lo impide. Es su condición, por eso jamás les escucharán un "yo, no sé". Pero como se suele indicar, presumir de saber es el primer paso de la ignorancia. La sabiduría, en cambio, peca de silencio y muere de protagonismo. A esos especímenes altaneros se localizan fácilmente, no hace falta salir a su búsqueda. Los podrá descubrir rápido en cualquier conversación. Como decía un maestro de la invención lingüística popular con el que caminaba tiempo ha, estos individuos adoptan la pose de cuello-garza huele-mierdas (y perdonen por la expresión, pero imaginen la estampa tan exacta), acompasado con un "rigor verbis" indigesto con el que retroalimentan su "sesgo de confirmación", es decir, el auto complacerse con ese ego inconmensurable que les impide aceptar cualquier alternativa de conocimiento o sabiduría que le ofrecen los demás. Dicho lo dicho, ya sabe. La próxima vez que alguien hieda a un "yo sé", no dude en preguntarle si la cosecha de maíz con yuca va bien. Si opina, ya está. Huya mientras pueda.

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