Bondage

Todo es compulsivo cuando se le permite al cineasta, el perfeccionismo, lejos de ser una patología, es una técnica

Los sótanos oscuros de los cineastas son entreplantas secretas. Los viandantes que simplemente pasan, no guardan nada y él, Berlanga, lo guardaba todo. Debido a esta problemática costumbre antisocial el mundo se hace estrecho y falto de diseño, el ambiente se hace invivible. Parece mentira o ficción (que no es lo mismo) pero existe una persona que es organizadora profesional de armarios y su lema es tirar, tirar y tirar cosas.

O sea que hay gente que contrata a una persona para que le tire cosas. Es lo mas in de lo nuevo. Otros, muy berlanguistas, por cierto, acumulan y acumulan. Berlanga, el cineasta, era un diógenes de manual, y además obseso, guarro, cerdete, a cientos que tenía las revistas guarras todas amontonadas. Y eso que echa patrás a los del manual de estilo el mismo manual de estilo lo devuelve a todo estilo convertido en refinado artículo de semanal.

Y no ya un cuarto o un desván sino ya toda una entreplanta, ya casi museo, ya casi b.i.c., archivo de lo erótico, lo sado, lo curioso, lo anecdótico y ya puestos, lo tormentoso, la historia clínica, así tal cual, cuidadosamente guardada, al lado del como se hizo en el mundo analógico de cada filme. En ese mundo donde se cortaban y pegaban los fotogramas, la película, los films, con tijera y se podían ver, eran fotografías de verdad, con una minúscula diferencia entre uno y el siguiente, la que hacía la ilusión óptica de que el movimiento era real. Y todo ese mundo programático se cocía en un subconsciente lleno de cajas apiladas y una entreplanta bajo llave. Como la mente, a puerta cerrada y a salvo de los saqueadores de la memoria. Lejos del caos y cercano al orden compulsivo. Todo es compulsivo cuando se le permite al cineasta, el perfeccionismo, lejos de ser una patología, es una técnica.

La escalera de caracol que salía del vestidor y llevaba al piso secreto es ya un argumento para una película. Las notas escritas en impresos de hotel, las facturas, las postales, los carnets, hasta los más vulgares, las cartas escritas sobre ese papel gris, los papeles viejos. Una vez estuve en una librería de lance ( de segunda mano) donde vendían una caja con papeles viejos.

El zapatófono negro de tacón. Y las fotografías en blanco y negro y en papel. Por supuesto hay que quedarse con lo aprovechable, las muñequitas, una suerte de barbies atadas y semidesnudas. Un viejo verde, un salido, un machista, un genio.

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