BONITO no, precioso, conmovedor. Las guerras son los actos más terroríficos que han cometido, cometen y cometerán los seres humanos, porque seguiremos tropezando años y años en la misma piedra. Cuando uno comete el acto fraticida de matar a un hermano, queda marcado de por vida. Pero las guerras no son ni buenas ni malas, ni justas ni injustas. Son guerras, actos que forman parte de la historia, que no hay que reescribirlas ni volver a invocarlas cuando una amnistía ha sellado las equivaciones que cometió la soberbia humana.

Precisamente la UEFA ha tomado una decisión que demuestra que el perdón por el dolor se puede lograr de forma loable, sin reabrir viejas heridas ni las trincheras de ambos bandos. Imagino que alguna vez habrán leído la maravillosa historia de la Tregua de Navidad de 1914, que mi compañero Gregorio ya les narró el pasado mes de diciembre. Fue un breve alto el fuego no oficial que ocurrió entre las tropas alemanas y británicas en la Primera Guerra Mundial durante la Navidad de 1914 . Villancicos desde las trincheras, artillería silenciosa, recuperación de cadáveres, intercambio de whisky, cigarrillos..., hasta que un balón apareció en medio del campo de batalla como esa estrella que guió a los Magos de Oriente al Portal. Ese día, en medio del helado invierno belga en Ypres y Comines-Warneton, el fútbol unió a dos pueblos enfrentados a la fuerza por las excentricidades de los que gobernaban el viejo continente.

Eran otros tiempos, tiempos en los que la fuerza bruta se imponía a la hora de solucionar problemas. La UEFA ha dejado bien claro con este gesto que la historia está para aprender de ella y no olvidarla. Por eso, conmemorará el próximo 17 de diciembre en el mismo páramo en el que se jugó aquel partido de fútbol los cien años de un acto de humanidad, que acabó con la simbólica victoria de Alemania por 3-2, pero en el que verdaderamente triunfó el ejemplo dado por los gobernados a los gobernantes.