Cosmopolitismo

Esa tal vez sea la clave de un futuro en paz, si es que algún futuro en paz fuera posible

Esa tal vez sea la clave de un futuro en paz, si es que algún futuro en paz fuera posible: impulsar una humanidad cosmopolita. Tras reflexionar los últimos domingos, siquiera superficialmente, sobre el delirio colectivo soliviantado por el nacionalismo catalán y enunciar algunas pautas básicas para su gestión (de forma esquemática y sin bajar a los detalles, que es donde suele activar el diablo sus pericias, el abogado sus artes y el político sus naufragios), despido este serial o epítome antinacionalista, especulando sobre las claves de un incierto mañana en el que acaso se supere, por fin, esta plaga histórica. Superación que, dada la etiología del mal, no debe ser muy diferente a la que permitió ir aliviando (ya sé que no del todo, ¡ay!) otras perversiones sociales no menos cruentas, como las supremacías de razas o las religiones radicales. Es una clave ésta del cosmopolitismo que, por lo demás, ya atisbó Kant cuando advirtió que sólo cuando el hombre viva y se comporte como un cosmopolita, es decir, se identifique como ciudadano del mundo por encima de cualquier otra etiqueta localista o adscripción tribal, podremos aspirar a superar las guerras. Pero no será fácil lograrlo sin antes aplicar una pedagogía social intensiva que nos civilice para ser intolerantes con la intolerancia, como pedía Voltaire. Y aprendemos a enfrentarnos con las armas de la razón a esos colectivos aferrados a sus pulsiones primarias y mitologías ancestrales, por irracionales que fueren. Y a reeducar a quienes, si de ellos dependiera, aún nos mantendrían en el mismo nivel de desarrollo que el cromañón. No exagero y la historia nos recuerda que siempre estuvieron y seguirán ahí: que es seguro que éstos que digo ya rechazaron la llegada del fuego o la rueda; o que otros como ellos se alzaron en feroz oposición en el S. XIX contra la construcción del ferrocarril en la campiña inglesa porque alteraba el sosiego rural o repudiaron el invento de la anestesia porque el dolor era lo sano y natural. Son reacciones con ese mismo componente de repulsa instintiva, de repelús ante el desafío de los avances, por razonables que éstos sean, que hoy reviven con el Brexit mayoritariamente sostenido en las comunidades rurales, o por este nacionalismo rampante catalán que renace entre las masas pueblerinas. Enquistamientos grupales que hasta que no traten como lo que son, como patologías colectivas, no tendrán cura.

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