Derecho a insultar

La libertad de expresión vive tiempos extraños. En cantidad y en calidad. De un lado y del otro

La libertad de expresión vive tiempos extraños. En cantidad y en calidad. De un lado y del otro. El Gobierno usó su etapa feliz de mayoría absoluta para aumentar la lista de hechos sancionables. Como delito o como infracción administrativa en la popular ley mordaza. Esta, encima, puede tener sanciones económicas más altas que en algunos delitos. Saldría más a cuenta irte un tiempo a la cárcel.

¿Y del otro? También pero no con cárcel, que la progresía no gobernamos. Nuestra cárcel es la corrección política, a la que nos hemos entregado con la pasión del converso. Siempre hay algo más que añadir. Hace tiempo parecía exótico lo acontecido en la Universidad de Columbia, Nueva York. Una alumna sufrió un ataque de ansiedad al leer la descripción de violaciones en las Metamorfosis de Ovidio. Desde ese momento los profesores debieron incluir advertencias en los pasajes que pudieran herir la sensibilidad de los estudiantes. Hoy dices que ocurrió aquí y lo creemos. Recuerden al profesor que en agosto descubrió que el Cantar del Mio Cid contiene pasajes donde se mata moros, y recomendó no se estudiara por su falta de pedagogía emocional. La lista de censuras aumenta a velocidad de vértigo. Una concejala de festejos incorpora 200 canciones machistas, aquel los cuentos tradicionales. Piensen en el mito de Europa, una confiada niña de once años engañada y secuestrada por un toro. Para mí que, en nada, se cambia el símbolo europeo.

No hay tiempo para pensar en ello, centrados como estamos en el contenido de la libertad de expresión, que a estas alturas parece reducirse al derecho a ofender. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos dice que quemar retratos del rey se ampara en ese derecho y nuestro admirado Alberto Garzón, aparece más feliz que una albóndiga en salsa de tomate. El mal gusto no debe ser delito, pero libertad de expresión sobre la forma de Estado no es quemar la foto del rey, es no acabar enchironado por argumentar a favor de la república.

Al final, pareciera que tantos años de libertad de expresión han agotado todo lo que se puede decir y, solo queda para hacernos escuchar el insulto, las coplillas -ahora llamadas rap- pidiendo matar a todo quisqui, los chistes sobre atentados y jadear alborozados cuando pillan a un torero. Eso o que no se nos ocurre nada, y al votante habrá que ofrecerle algo más que el derecho a insultar y blasfemar.

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