Deslegitimar el secesionismo

La mayoría social conferirá eficacia, pero no legitima una idea si la misma opera contra los valores de la convivencia

Comenzar el año aclarando conceptos es un propósito acorde al ánimo que exige sobrevivir a otra rotación cósmica, y van... Así que hoy me aplicaré a reclamar rigor a esos próceres y coros mediáticos instalados en el tópico de que la defensa no violenta del secesionismo sea una opción legítima. Porque acaso hoy, ya no lo es. Hoy, apoyar la desintegración de un estado de derecho, fuera de la casuística admitida por la Carta de la ONU (descolonización o violación masiva de derechos) y del respeto a las reglas de la Constitución, no puede, no debería ser una reivindicación lícita, ni aunque se postule pacíficamente. Una restricción que no cabe calificar de arbitraria si se considera que estamos ante una emoción colectiva que surge de unas pulsiones primarias e incompatibles con el mundo de valores consagrados por la Declaración de Derechos Humanos. Ante una pasión inconciliable con otras emociones análogas, pero antagónicas, de otros colectivos que, de proyectarse a la vez y con parecida exaltación, no admiten otra salida que la pugna frontal, hasta que una de ellas oprima, o extirpe, a la otra. Así que hay que ser cándido o vivir ciego para no ver que, tras tantos siglos de guerras y desdichas derivadas del afán identitario que lo justifica, el nacionalismo esencialista y rupturista no merece ser hoy una opción política legítima. Por lo mismo que no es legítimo apoyar, por más sonrisas que mediaren, el racismo (del que el supremacismo no es sino una mera variante), ni la xenofobia, la discriminación femínea u otras opciones tan obsoletas. Subtipos todos ellos de los delitos de odio, en los que no se penaliza las ideas, claro que no. Ni siquiera el odio en sí mismo (allá cada uno con sus miserias morales y pasiones tóxicas) sino la proyección social de ese odio contra los vecinos, incitación opuesta a otros principios de superior valor, como es el derecho a la convivencia colectiva en tolerancia y en paz. Principios que justifican deslegitimar todo sectarismo, aunque lo reclame una mayoría ocasional: las teocracias absolutistas se asumen en muchos países y eso no las convierte en propuestas lícitas aquí, en Europa. Una mayoría social conferirá eficacia, pero no legitima una idea si la misma opera contra los valores básicos de la convivencia. Como ironizaba aquel célebre titular anglosajón: «dos mil millones de moscas no pueden estar equivocadas: coma mierda». Y no es el caso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios