El segundo cafe

Álvaro De La Haza

Desterrar el complejazo

LO que padecimos en la última edición de Eurovisión no merece por sí solo ni la columna del principiante que la firma. Pero resulta que detrás de la vergüenza del sábado hay un trasfondo muy preocupante que sí interesa tratar. Me dicen que no me lo tome tan en serio porque el concurso ha perdido el esplendor que solía tener, o porque los indicios de politiqueo en las puntuaciones son cada vez más claros, o porque no somos el único país que presenta una broma por canción. No obstante todo eso, nos guste o no, estas pequeñas cosas van conformando, poco a poco, la imagen que se tiene de nuestro país, no sólo en el extranjero, sino también entre los propios españoles. Y a mí la posición de España en el mundo y nuestra autoestima como ciudadanos sí me importan.

La vulgariedad y la zafiedad no fueron lo peor. Tampoco el mal gusto o la patética falta de gracia que suele mostrar quien intenta hacerse el gracioso. Lo más irritante es que se intente despertar uno de nuestros viejos fantasmas: el complejo de inferioridad. Cuando uno se ve incapaz de participar y competir con solvencia, tiene la tentación de recurrir al "cuanto peor, mejor". Cuando se cae en esta tentación, se intenta desacreditar el acontecimiento que toca vivir y uno se abraza a lo grotesco. Y quien así actúa cree escapar airoso de la situación cuando en realidad está haciendo el ridículo y perjudicando a los demás. Así ocurría en el patio del colegio cuando el compañero cafre, por no saber jugar al fútbol, intentaba pinchar o extraviar el balón.

El chikilicuatre obtuvo el resultado que merecía. Ni siquiera destacó por ser el último como posiblemente se pretendía (una vez descartado, por imposible, ganar la competición). Quedó, como correspondía, en un puesto vulgarmente bajo. Claro que ni la responsabilidad ni la culpa deben recaer en el cantante sino en quienes lo han catapultado hacia el desastre.

Si las últimas décadas de España han sido brillantes es en parte porque hemos demostrado que podemos trabajar en cualquier campo tan bien como el mejor. En muy poco tiempo pero con mucho esfuerzo, nos hemos sacudido el complejazo de "charanga y pandereta" que el poeta soñaba desterrar.

De la normalización de nuestra autoestima han surgido empresas, profesionales y artistas que triunfan internacionalmente. Al viajar, he notado cómo este éxito redunda en beneficio de todos ya que la marca España sugiere en todo el mundo capacidad, rigor y progreso. Por eso no puedo quedar impasible cuando nos intentan sumergir en nuestros peores vicios del pasado. Y por eso me he puesto tan pesado hoy.

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