josé / aguilar

Doctrina Felipe

González se retrata como un socialdemócrata transido de pragmatismo que nunca se jubila

NO cabía un alfiler socialista más. Había medio Gobierno andaluz, con su presidenta a la cabeza, tres ex presidentes (Borbolla, Chaves y Griñán), varios ex consejeros del Antiguo y del Nuevo Testamento, el ex ministro Solchaga y numerosos cargos públicos y aspirantes a serlo, conscientes estos últimos de que importaba mucho dejarse ver lo más cerca posible de Felipe González, e incluso intentar un oportuno saludo. Hasta el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, tuvo la deferencia de acudir y sentarse en la mesa presidencial. Sólo se echó en falta a Rafael Escuredo, el primer presidente de la Junta: en la política hay heridas que no cicatrizan nunca.

Poder de convocatoria, pues, total. Como no se recuerda en los Foros Joly. Y concurrencia no defraudada, no sólo porque el conferenciante hablaba en territorio amigo, sino también porque conserva buena parte de su capacidad de seducción y porque está suelto de manos: dispuesto a decir lo que piensa sin más ataduras ni compromisos que su propio pensamiento y la propia convicción de su estatura más alta que la de los oyentes. Au dessus de la melée (traduzco el galicismo: por encima del bien y del mal).

¿Y qué pensamiento es ese? Pues el de un socialdemócrata transido de pragmatismo que se declara disponible para echar una mano al Gobierno de Rajoy y le recomienda dialogar, pactar y pactar, superando la arrogancia con mayorías o sin ellas. Con su puntito de cascarrabismo de vieja gloria retirada, pero atenta y activa. El jarrón chino no se resigna a desaparecer.

Hubo para todos. A los adversarios les aconsejó que no alardeen de brotes verdes embriagados por la leve mejoría económica y les reprochó que, a diferencia de la encrucijada de la Transición, no dispongan de una idea clara de lo que quieren hacer con España.

Con los propios no fue menos punzante. Aunque admitió, más bien a regañadientes, que el gobierno bipartito PSOE-IU está bien porque la coalición aquí ha bajado a la tierra y ha comprendido que no es lo mismo la prédica que la donación de trigo, descartó que la fórmula pueda funcionar a nivel nacional mientras no cambie radicalmente el discurso de Cayo Lara y compañía (sólo le faltó decir "los comunistas" para redondear la opinión que le merecen).

Tras uno de sus más paradójicamente celebrados sarcasmos de la sobremesa ("No por ser socialista se tiene que ser imbécil"), Felipe reiteró que el líder socialista con más capacidad e inteligencia sigue siendo Rubalcaba, pero advirtiendo que no es el que tiene más posibilidades de ganar unas elecciones en el futuro. ¿Y a quién deberían elegir los socialistas como candidato en unas primarias? No lo va a decir. En el fondo, porque le disgustan las primarias. En su expresión pública de ayer, "no voy a señalar a ninguno, entre otras cosas por no joderlo, porque el que yo señale no sale".

Por lo demás, afrontó la conferencia completamente a cuerpo, sin un solo papel, con la lección bien aprendida sobre el cambio radical en las relaciones internacionales producido por la globalización y sobre el pobre papel de una Europa que no es capaz de defenderse a sí misma se felicita por darse un plazo de ocho años para alcanzar la unión bancaria. Volvió a mostrar su viraje ideológico con un ejemplo del pasado real y otro del futuro previsible. El primero, cuando ordenó a Carlos Solchaga empezar la reconversión industrial en la tierra por las que era diputado (y cerró la empresa Potasas de Navarra, mandando a sus obreros a la calle por la sencilla razón, ni de derechas ni de izquierdas) de que ya no había potasa. El segundo, la necesidad de que se debata que los salarios se establezcan en función de la productividad de cada trabajador, bastante lejos de la igualdad perseguida en sus años de juventud, patillas y pana). Pragmatismo, sí.

Sobre Rouco Valera y su homilía prefirió callar. Pero se le entendió todo.

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