Dominar un ser humano

Pero debemos seguir luchando por una sociedad más igualitaria, más generosa, más humana

Miro los ojos de mi esposa y sólo atisbo a ver amor a manos llenas. Recuerdo el vientre que engendró a nuestros hijos. Miro sus pupilas: la luz arrebatada del mundo. Y sólo puedo amarla. Sólo puedo quererla. Toda ella es toda la ternura jamás y nunca reunida en todo el universo. Dicen que la grandeza de un estado -el concepto de nación ha sucumbido en el mismo instante en el que los hombres quisieron imponer una sola forma de pensar- se asienta en cómo sus miembros son capaces de respetarse entre sí. Sin esa condición mínima para establecer una estructura general, no se puede alcanzar la justicia social. No podremos acabar con la lacra que genera la violencia machista. No podemos mirar hacia otro lado, si lo que queremos y si nuestro fin último es crear una sociedad más justa. Este artículo que firmo aquí y ahora va en contra de todos aquellos que se creen superiores a alguien y, sin embargo, son tan miserables y tan mezquinos que por merecer, no merecerían ni un ápice de compasión ni misericordia. Quizás, incluso ni siquiera estas líneas. Pero debemos de seguir luchando por una sociedad más igualitaria, más generosa, más humana. Aquel que le quita la vida a otra persona, aquellos que se empeñan en dinamitar los derechos y las libertades de un ser, deberían de recibir todo el rechazo de la sociedad hasta que pagasen por el inmenso dolor que han generado. Este artículo va en contra de todos aquellos que se creen que pueden someter las vidas de otras personas por el mero hecho de ser hombres. Que creen que existe un derecho de poder decidir sobre los designios de otro ser humano. Pero este artículo no sólo va en contra de ellos, sino que también va a favor de todas las mujeres que día a día tienen que luchar por ser visibles. Que pugnan por sobrevivir un día más. Que no desisten en su disputa de proclamar que son mujeres. Como usted o como yo, mi querido lector, que siempre hemos luchado en contra de los viejos héroes de la memoria, de aquellos que hoy en día siguen agitando las puertas del dolor, de aquellos que siguen manchando el valle ya caído sobre las lágrimas de Madrid. Sin embargo, aquellos que confunden el amor con la posesión, la lealtad con la fidelidad, la entrega con el sometimiento han fracasado como seres humanos. Han capitulado como hombres. Han perdido. Han sido vencidos.

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