Don Puigdejote del Gironés

Don Puigdejote, como don Quijote, no finge ser un libertador, sino que está seguro de llegar a serlo

Hoy, domingo de Carnaval, querría sumarme a la parodia festiva siquiera para atajar, rotundamente, ese runrún creciente de que sean los indepes catalanes los inventores de las comparsas. O que su simbólico President, hoy transido entre los vetustos molinos de Waterloo, sea la personificación de rey Momo más lograda que haya visto el historial de las carnestolendas. Y no, no creo que sea así. El desvarío catalanista no es guasón, es material clínico propio de neuropsiquiatras que, sin duda, algún día hablarán del procés como una patología mental en la que lo emocional distorsiona los valores de gente otrora racional, ofuscando a los alienados sobre lo descabellado de sus actos, somatizados por una singular miopía sobre el futuro de sus actos (A. Damasio). Pero dudo que hasta dentro de muchos años la ciencia se ponga, o se atreva, a descalificar científicamente ese fervor insano y desatado en boga. Más probable parece que sea la literatura la que se anticipe de ensalzar a categoría de criatura quijotesca, aunque en su acepción vulgar de fracasado, a quien no es imposible que se le renombre como don Puigdejote del Gironés, por su equívoco parecido conductual con el personaje de Cervantes, pero visto, según proponía M. Doren (citado por S. Leys, en su Breviario de cosas inútiles, Ed. Acantilado), no como un payaso, ni como un farsante disfrazado de caballero, claro que no. Porque don Puigdejote, como don Quijote, no finge ser un libertador, sino que quiere y está seguro de que llegará a serlo, de que alcanzará su quimérico sueño. Él no actúa como haría un actor, sino que asume los riesgos ciertos del gran caudillo, cautivo de su obsesión, ciegamente, como si fuera el destino más honroso que imaginar le cupiera. Y con tanto tesón vive y se concibe en su papelón que acabará pareciéndose al rol idealizado, al sin par don Puigdejote. Quién lo duda. No como el resto de paisanos (mal le pese) que nos matamos a trabajar, criar una familia y pagar día a día las cosas del vivir, nada extraordinario, según se mire, pero nada comparable con la gloria del libertador, desde luego. La única y no menor diferencia con don Quijote que acaso te señalen, don Puigdejote, es que el de la Mancha quiso liberar el mundo de follones y malandrines, mientras que tu locura sueña con los monstruos del supremacismo tribal y del mundo fragmentado. Que es la misma distancia que hay entre el vicio y la virtud.

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