Para quien no lo tiene e incluso lo evita por principio, es a veces envidiable el hecho de poder disponer de un decálogo, de esa fe hecha principios ciertos que algunas personas ostentan, indefectiblemente adoctrinados por otros que les susurran al oído lo que quieren o les da gusto oír. La vida resulta más llevadera y a cubierto con certezas. Los principios incuestionables -e incuestionados, he ahí la clave- y la fe que uno designe como verdadera suponen un extra de fortaleza ante los embates de la vida. O ante el enfrentamiento con otros, los que no sólo no comparten tus mandamientos y verdades, sino que son ellos, tus enemigos, la materia prima con la que éstos están fabricados.

Un fundamentado fundamentalista que, además, se siente oprimido es un rival de primer orden. Da igual que su credo se haya erigido de falsedades o de verdades trampeadas que acompañen a otras más objetivas en el listado de su fe: "Ellos te roban, tú eres distinto, tú eres mejor, ellos son crueles, la laboriosidad os distingue, tu futuro lo ponen en peligro ellos". "Ellos, los de allí afuera -de donde quizá provengo yo, el creyente acomplejado-, los de ese Estado opresor y autoritario, que hace de la Justicia una plastilina para el uso y abuso poder Ejecutivo contra nosotros, víctimas". Da igual que ese Estado -España, claro- esté reconocido por todos los organismos internacionales con cierta credibilidad como una de las 20 democracias más asentadas y consolidadas de este pobre planeta donde sí, ay, hay millones de desgraciados oprimidos y en la miseria y sin futuro.

Da igual: lo dice el pope Guardiola, ese hombre tan maltratado; lo reitera el sectario con vocación de prócer histórico de Puigdemont. Lo dice incluso Colau con su intermitencia -ahora sí, ahora no; digo y Diego-, y lo dice la izquierda más torpe que en todo quiere ver a Rajoy y su corrupto partido, sin darse cuenta que su probable subsidio, puesto público o pensión de retiro están ahora mucho más en solfa que antes de la carga ilegal y unilateral de los indepes (qué guay, indepe y tal, nada facha). Y quizá toda esa certeza vestida de progresismo, tan trivial como la nacionalista que se siente mancillada pero superior, sea una mentira que a algunos estallará en las manos. Por equidistantes, por no apoyar la legalidad de su país, por intentar siempre y a modo de lema no declarado que el enemigo no es quien te ataca, sino, un poner, el PP y Mariano. Da igual que sean islamistas que odian tu forma de vida o nacionalistas que te llaman haragán y ladrón.

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