Cambio de sentido

Fascistas

Quienes vinimos al mundo con una democracia debajo del brazo también podemos hablar de fascismos

Pensar en tiempos revueltos: no se lleva. Menos aún tranquilamente. Si en una conversación sobre Cataluña, los feminismos, el Martes Santo o la bechamel no se nos sale el ombligo, hay que empezar de nuevo: algo hemos hecho mal. Están los que, a quien no suscriba sus consignas, del tirón lo tachan de fascista y los que, a quienes no viven y creen como ellos, los llaman imbéciles -así, al bulto-, y a otra cosa. Los fascistas y los imbéciles existen, probablemente a manojos, sin necesidad de que nos lleven la contraria; es más, algunos pueden incluso darnos la razón.

Cierto es que hay quienes despachan el apelativo de fascista con mucha ligereza y poco acierto (a Serrat, sin ir más lejos). Cierto es que los "fascismos históricos" están no extintos pero sí hibernados. Fascismos, los de antes -diría un nostálgico-, aunque sólo su actual tufo en la revieja Europa, y la consecuente amenaza de que vuelvan banderas victoriosas, ponen en alerta a cualquiera. Cierto es que en España -le leíamos el pasado martes a Ignacio F. Garmendia- la ultraderecha aún no da la cara, no con representación parlamentaria. Hay fachas, pero sin fachada. Después de tantos años y daños con Franco, da cosica decir que se es fascista. Como decían Metlikovez y Theros, aquí, "cuando alguien dice que no es de izquierdas ni de derechas, en realidad quiere decir que es muy de derechas". Cierto es que yo no he vivido en carnes la represión franquista, ni siquiera la Sección Femenina, pero no por ello carecemos de opinión fundada al respecto quienes vinimos al mundo con una democracia debajo del brazo. Cierto es que actitudes fascistas se ven en gentes que se declaran antifascistas, cosa que nos deja con la dicha hecha un lío. "¿El Requeté/ no era igual de fascista/ que esta ETT?", se pregunta Luis Melgarejo.

Cuando digo "hay quien llama fascista a cualquiera", quiero decir que "hay quien llama fascista a cualquiera", no que el fascismo no exista. Además del consabido, hay un fascismo de baja intensidad -nos recuerda Antonio Méndez Rubio-, que no precisa de su forma clásica, plantea sobre nosotros una presión mínima a la vez que continua y actúa allá donde el miedo toma forma de poder. Se sirve de la pantallización de nuestras vidas, la corrección política frente a la lengua fresca, la construcción de odios, deseos e ideales y nuestra resignación e indiferencia. "No es una ambigua sensación de angustia", escribe García Casado, tiene un nombre. Adivínenlo.

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