CUANDO apareció internet, también aparecieron sus primeros pajerocultos en su empeño de conquistar la nueva galaxia desde las sombras. Así, mientras yo testeaba torpes palabras en mi ordenador, ellos testeaban la internet desde donde transgredían la gramática del orden convencional, introduciendo la futura sabiduría del google. Hasta hace poco he pensado que los frikis, al margen de la contaminación lingüística que su uso impone, sólo formaban parte de una élite de inadaptados sociales, piel cetrina y amantes del manga y lo pop, enterrados en sus habitaciones bajo una montaña de cómic y calcetines sucios. Erraba en mis apreciaciones. Ellos pertenecen al mundo de los hipercultos liberales y humanistas que alguna vez hemos querido ser, ropa heavy y dueños de los wargames, capaces de fundir tu pecé en un santiamén con un mail bombing, si se lo propusieran.

Mientras Joyce, Valle Inclán, el Ulises o Luces de Bohemia empañaban mis gafas entre neblinas de cajetillas de ducados y privando vino, ellos se desvivían por la informática, el manga, el rol y la ciencia-ficción; te hablaban inglés con el orgullo de quien se sabe destinados a sojuzgar la galaxia, conscientes de que las principales preocupaciones del país pasarían al mundo del ciberespacio, tuiterizado y feisbuquerizado hoy en la blogosfera. Los que pertenecemos a la generación sin Internet sólo teníamos entonces el honor de vivir en una tierra llana, paralela al cielo en el que habitaba un dios al que no vimos nunca. Charlábamos con escritores de mercadillo y pintores de baratería mientras nos mamábamos la vida desde Bogart a Sean Connery hasta que la noche nos echaba, sin preguntarnos siquiera qué se sentía cuando el agua te llegaba al cuello. Ellos, mejor que aquella generación, han sabido trascender este mundo a través de sus más íntimas fantasías, desafiando al mundo con gafas de pasta y linux. Ya no importa que los hijos de los frikis se escapen de los libros para ver dibujos animados, ni que las chicas lean más libros que los chicos. Ellos, agazapados como guirlocheros y gente del trile frente a su ordenador, dominan la web y nos dominan a nosotros. Frente a ellos mi mundo es un cigarral periodístico alumbrado con adjetivos que lucen sólo como lentejuelas en los periódicos donde, a fuerza de noches, cabe toda mi vida de escribiente y nosécuántas bohemiadas. Hoy, a espaldas de aquella generación, crece una especie sabiamente subversiva de creadores de redes sociales, logos, videojuegos, películas frikis, música youtuberizada y millones de comentarios que los post provocan y se desagregan para convertirse en múltiples conversaciones asincrónicas, enredando nerviosamente la red de textos literarios, con el mismo empeño que antes emborronábamos a mano pacientemente folios y folios .Por eso envidio a los frikis.

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