MIENTRAS la clase política sigue encantada de haberse conocido, en los barrios que antes se llamaba "de gente trabajadora" -y no sólo en ellos- se está incubando un clima de violencia y de furia ciega que no presagia nada bueno. En Écija, por ejemplo, unos jóvenes estuvieron a punto de linchar a unos bomberos a los que acusaban de no haber querido salvar a la familia que acababa de morir en un incendio. En Huelva se ha intentado linchar dos veces a los hermanos del hombre acusado de haber matado a Mari Luz Cortés. Y no quiero ni pensar en lo que podría haber pasado en Benalmádena con el conductor borracho que provocó el accidente del autocar en el que murieron nueve turistas finlandeses. Pensemos -y toco madera- en lo que podría haber pasado si ese autocar hubiese sido un autocar escolar.

Y lo malo es que esa gente irascible que vive en las barriadas del extrarradio tiene una parte de razón -repito, una parte de razón- al hacer lo que hace. Primero, porque se sabe olvidada por la clase política, que le promete toda clase de mejoras cuando hay elecciones, pero que después se olvida por completo de ponerlas en práctica. Y segundo, porque esa gente convive cada día con la delincuencia y la marginalidad, y se siente indignada por una justicia que considera lenta o incluso inocua, ya que las penas que se imponen a los delincuentes son tan leves que casi nunca garantizan la reparación del daño causado. De ahí que mucha gente de esos barrios se sienta indefensa y atemorizada, y en los momentos de mayor tensión ceda a los arrebatos de ira y quiera tomarse la justicia por su mano.

Pero lo peor de todo es que estos estallidos de cólera responden a causas mucho más difíciles de remediar. Porque entre amplios sectores de la población se está instalado la creencia de que cualquier capricho o cualquier pretensión, por absurda que sea, debe ser satisfecho "ya", "ahora mismo", "enseguida", o de lo contrario se puede recurrir a una rabieta violenta, da igual contra qué o contra quién. Y así, cada vez hay más gente que acusa a los bomberos de haber provocado los incendios, y a los médicos de no curar las enfermedades incurables, y a los profesores de ser responsables de la desidia o de la necedad de sus alumnos. Y cada día hay más gente dispuesta a exigir cosas disparatadas o irrealizables como si fueran un derecho inalienable que puede -y debe- conseguirse por la fuerza.

Hay mucha violencia larvada en esta sociedad, demasiada. Y aunque nos pasemos la vida repitiendo que vivimos en una Arcadia próspera y feliz, esta violencia va a estallar en cualquier momento. Y eso que la crisis económica no ha empezado aún ha notarse con toda su crudeza. Eso sí, nuestros políticos siguen jugando a los barquitos. Felices ellos.

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