Garrucha, las regiones más íntimas

Nos convida a reconciliarnos con el mar, con nuestra patria de hombres, con los sueños. Nos queda la sal en la lengua...

Tú, amigo, Faro de Garrucha, parece que estás sólo en la costa del levante que más me duele. Escribiendo incansable las páginas del tiempo, a la intemperie, sacudido por los vientos del oeste, como si el mar nos llamase cada mañana. Los siglos mueren unos detrás de otros, como si las olas hablasen un lenguaje oculto que nos llama a amarnos en la soledad de las rocas, en cada una de tus islas ocultas, en cada racimo de luz que derramas. Así son las noches sin ti. Como una tempestad que sacude el pecho. Tú, aquí, en la Costa de Garrucha, como una playa incógnita que nos cita una vez más puntual a reconocernos, a habitarnos, a preparar con la conciencia de los continentes a la deriva nuestra huida.

En la memoria queda el esparto y el mármol entre las sienes sacudiendo las íntimas regiones del ser. Hambriento de tu boca, goteando tu sal por cada centímetro, devastando la soledad de los pueblos. Tu silencio emerge bordeando los labios de los náufragos, los asolados territorios de los hombres, con el aullido de los días.

El malecón de Garrucha nos recibe como una pequeña república independiente -qué más da quién nos espere-, donde poder guardar nuestras ropas más íntimas. Nos enseña parte de un mar Mediterráneo cercado al dolor. Donde sólo tú y las oscuras torres del sur nos esperan. Donde sólo tú y el aciago Norte guía nuestros designios.

Sobre tu mandíbula se precipitan las palabras como palangre o rastreo. Nos convida a reconciliarnos con el mar, con nuestra patria de hombres, con los sueños. De ellos, nos queda la sal en la lengua, las manos y los aparejos al borde del abismo, las redes y entre ellas el letargo de un pueblo que quiere vivir en paz.

Y es que tú, viejo amigo, riges el destino de los hombres. Navegantes y viajeros que cantan la canción del hombre bueno. Con el mar asaltándonos hasta el último resquicio del alma. Porque aquí somos todos los hombres y las mujeres que cantando su alma ensanchan, proclamando la bienvenida a esta tierra de peregrinos y náufragos. Porque aquí, viejo amigo, siempre hay un plato y un trozo de pan para el viajero. Porque aquí, viejo amigo, siempre hay un lugar donde morar y donde poder luchar contra los miedos.

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