Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Guerreros de consola

LOS videojuegos son, y más en estas fechas, una expresión absorbente del tiempo de ocio. Impulsados por una demanda que se resiste a la crisis, de la que los menores y los jóvenes son parte sustantiva, han alcanzado cotas espectaculares en la calidad gráfica de sus representaciones y en la potencia de los motores que mueven los desarrollos multimedia más vanguardistas.

Si se analiza la amplia temática de estas joyas de la industria cultural, llama la atención la abundancia de argumentos de violencia y las propuestas de un inequívoco belicismo proactivo. Metido en alguno de los simuladores de guerra, un niño de diez años puede desarrollar habilidades de estrategia, precisión y puntería que dejarían fuera de juego a más de un soldado profesional. Una competencia que desmonta los esfuerzos de la pedagogía de la paz. Cuando el servicio militar obligatorio ha dejado de existir, guerreros infantiles y juveniles se ejercitan en esta especie de voluntariado digital, que es algo más que un entretenimiento inocente.

Hace algunas décadas se proscribieron los juguetes bélicos, pero su desaparición no ha impedido que las matrices violentas del ocio masculino afloren nuevamente, ahora con armas simbólicas de destrucción masiva… Persecuciones, disparos, muertes. El mayor número de bajas en el menor tiempo posible forja el éxito de los nuevos guerreros y actualiza una visión maniquea de la historia que, lejos de cualquier alianza de civilizaciones, nos ayuda a argumentar el falaz concepto de guerra justa, con el que se va a revisitar Afganistán por los mismos caminos que roturó George W. Bush.

Se preguntan muchos educadores por las causas de la violencia en los colegios y la falta de respeto hacia los profesores. En las pantallas hay algunas respuestas y otras muchas en el escaso juicio de los padres. La mujer maltratada por el machismo agresivo tal vez regale a su hijo, inconscientemente, la última semilla digital de esa cultura de violencia. En estos terrenos vidriosos de la deformación para la ciudadanía, donde la dictadura del mercado ridiculiza la mediocridad de las políticas públicas, no hay conferencia de grandes popes que ponga el grito en el cielo, cuando su voz estaría aquí más que justificada.

Ojalá sean muchos los jóvenes que, en los próximos días festivos, se acerquen a la cara más sugerente que las mismas industrias culturales nos muestran este año: las excelencias de los libros digitales y de las muy logradas tabletas de lectura. Un camino que rescata para las nuevas generaciones valores refractarios a los vectores del embrutecimiento.

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