República de las Letras

Cataluña como problema

Las amenazas y los insultos no sirven. Cataluña es un problema político que exige respuestas políticas

La realidad siempre se impone. Es muy difícil sustraerse a ella. Por más que uno pase de ciertas actitudes, si se está en el mundo lo que pasa en el mundo le afecta a uno. Pero, eso sí, la intensidad de esa afección está en relación directa con la distancia física entre los acontecimientos y la propia existencia. Por ejemplo, lo de Cataluña. Sólo una parte muy pequeña de los encuestados por el CIS considera el asunto del referéndum catalán como problema más importante del país. Para la inmensa mayoría el primer problema es el paro, la crisis económica, la reforma laboral del PP. Luego, la corrupción. El que los políticos roben al Estado al que sirven, a su país, a su pueblo, ha sido siempre, digamos, "comprendido" por la gente. El que se metía en política lo hacía para robar. Pero, inmerso en la crisis, el pueblo ya no ve con resignación cómo lo esquilma el régimen ni considera la rapiña de los políticos un mal necesario. El tercer problema considerado por los encuestados son los partidos políticos, que ya no son representativos del estado actual de la sociedad y no dan respuestas a los problemas de la gente. Lo de Cataluña, comparado con todo esto, queda muy desdibujado y lejano. Se concluye casi en la mayoría de los casos que a nadie le gustaría que Cataluña se independizara y se separara de España. Pero todo el mundo comprende que toda pareja, toda familia, toda asociación no puede continuar tal como se conoce si uno de sus miembros no quiere ya formar parte de ellas. No bastan, no prevalecen los derechos de los demás para mantener la unidad. Por el contrario, si se impide la salida del elemento refractario, entorpecerá el normal funcionamiento del resto. En todo caso, la situación sólo es salvable si se ofrecen soluciones, que vienen de la mano de las reformas. Pretender que el independentista vuelva a la situación anterior es vano. Permanecer en la pasividad no conduce a nada. Por el contrario, ofrecer alicientes para quedarse en el grupo, en la sociedad, en el país, sería lo más constructivo. Para eso quizá hay que cambiar muchas cosas. Incluso la ley fundacional. O se ofrece un motivo para quedarse o se facilita una salida. La historia no basta. La fuerza, las amenazas y los insultos no sirven. Cataluña es un problema político que exige respuestas políticas. Mientras, lo que más importa al ciudadano -paro, corrupción, partidos…- está ahí, esperando.

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