barrio alto

Agustín Belmonte / agustín Belmonte

La Iglesia de San José (y II)

La acera y la plaza. La acera de la iglesia era la más ancha del barrio, ideal para correr con nuestras patinetas. En la plaza se montaban los cacharros y casetas de las fiestas del Barrio Alto

TRES son los párrocos que recuerdo en San José: D. Lorenzo, D. Manuel y D. Antonio. El primero fue el cura que casó a mis padres y nos bautizó a nosotros. D. Manuel y D. Antonio Sánchez Segovia, hermanos, fueron párrocos durante varias décadas. Personajes destacados en la parroquia fueron también Luis el sacristán, que dedicó a la parroquia gran parte de su juventud; Roque Criado, que vivía en la Rambla de Belén, y Antonio Pérez Iglesias, "Antoñico el confitero", concejal en la época del alcalde Gómez Angulo.

DON ANTONIO

D. Antonio Sánchez Segovia fue párroco de San José hasta su jubilación y hombre afable, dotado de una gran capacidad de compresión y socialmente solidario. Recuerdo cómo los monaguillos, vestidos con unas pequeñas sotanas, nos divertíamos tañendo la campana grande, la que siempre se tocaba y aún resuena en el barrio, recolocada en el nuevo templo. Al voltearla, subíamos agarrados a la cuerda hasta a dos metros del suelo mientras sonaba como loca por sobre los terrados: ¡qué alucine! habríamos dicho ahora. D. Antonio nunca nos regañó, ni por eso ni por nada. Con él y un diácono o subdiácono que hacía prácticas entonces en la parroquia -ahora es un alto cargo de la diócesis- hicimos los monaguillos una excursión a Huebro, pedanía de Níjar, aventura que jamás he olvidado.

LAS CATEQUESIS

Los 50 y gran parte de los 60 fueron la época de apogeo de las catequesis, que nos preparaban para hacer la Primera Comunión. Se impartían los jueves por la tarde, que no había escuela, niños y niñas separados. Éramos tantos los catecúmenos que llenábamos la totalidad de los bancos de la iglesia, divididos en grupos, cada cual con su catequista, que solía ser un seminarista. ¡Cómo retumbaba en el templo nuestro infantil guirigay! Por cada sesión nos daban un papelito sellado. Al término de la "campaña", el niño que poseyera mayor cantidad de estos papelitos obtenía un premio. Yo cursé dos años, pues tanto me gustaba la catequesis que asistí desde antes de tener la edad, y conseguí el premio, pues era el que más papeletas de asistencia había coleccionado. Fui con mi hermano a recogerlo a la comunidad de monjas que había en el último piso de la Bola Azul, inaugurada apenas tres o cuatro años antes: el famoso premio consistió en un bollo de chocolate y un par de calcetines marrones. Se ve que consideraron era lo mejor en aquel barrio pobre y en aquella época de carencias.

LAS PATINETAS

La acera de la Iglesia de San José era la más ancha de todo el barrio. En ella organizábamos carreras con las patinetas que nos hacíamos con cuatro tablas que nos daban en Rabriju y unos cojinetes que conseguíamos en "la Motorná" -Motor Aznar, S.A., que tenía sus talleres en la Calle Sicardó, en el antiguo Barrio del Grillo, entre las dos ramblas-. A destacar el ingenioso sistema de dirección de aquellas patinetas: un eje con dos cojinetes que giraba gracias a un tornillo con tuerca y contratuerca en el centro y que, a su vez, lo unía a la superficie del aparato. Se accionaba con una cuerda clavada a los extremos. Una verdadera obra de ingeniería industrial para unos niños de 10 o 12 años. La curva de la esquina de la Iglesia era especialmente peligrosa, por lo que allí se instalaba uno que daba la mano al copiloto -pues había patinetas que podían con dos- para facilitar el giro de 90º. Se produjo más de un accidente de rodillas, manos y caras "echás abajo", "sollás" en tan intrépida aventura.

FIESTAS Y BARQUITAS

El complejo parroquial actual ocupa la superficie de la antigua plazoleta de la iglesia. Situada entre la Calle Sor Policarpa y la Rambla Amatisteros, en su primera época tuvo aquella plaza algunos arbolitos, que perdió luego. En el lugar se instalaban, alrededor del 1º de mayo, los cacharricos, casetas y puestos de las fiestas del barrio: las voladoras, las barquitas - que finalmente se quedaron fijas muchos años en la plazoleta-, el baby de mi amigo Pedrín, la caseta de Luis Marín, que hacía churros y patatas fritas cortadas a la mandolina, las casetas de tiro, la tómbola, el puesto de turrones, el de algodón dulce… También se hacían las carreras de cintas y de sacos, cucañas y elevación de fantoches de papel. Durante las fiestas eran muy concurridos los bares del entorno: la Bodeguilla San José, en Sor Policarpa; el Bar Galindo, en la esquina con el Camino Real, y los carrillos -luego quioscos- de Encarna y del Chirivía, en la Rambla. Inolvidable Iglesia de San José, parroquia pobre en un barrio pobre. La voz recia de su campana grande aún llena los espacios del Barrio Alto.

Pies de foto

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