A la luz del día

Antonio Montero Alcaide /

Implante de placer

LA imaginación, no diremos calenturienta sino creativa e irónica, de Woody Allen, ya reparó en un artilugio que pudiera causar orgasmos con tan solo pulsar un botón. He aquí el "orgasmatrón" en el argumento de una película titulada, allá por los setenta, El dormilón. Dadas las maneras del singular cineasta, caben distintas razones para el uso de tan excitante aparato. Desde la astenia de quienes tendrían que ponerse en faena para alcanzar el orgasmo, hasta una timidez, un tanto fingida y tramposa, que inhibiera a los concernidos, pasando por los solitarios deleites el onanismo e incluso por la sobrada autosuficiencia del guisárselo y comérselo uno solo. Pero demos por cierto que la realidad supera a la ficción, no solo como expresión a propósito, porque la medicina, más real que el cine aunque abunden las películas de médicos, también lleva algún tiempo dándole vueltas a cómo solventar las disfunciones sexuales. Y convengamos, asimismo, que en los efectos secundarios o no previstos está la clave de muchos descubrimientos mayores -manzana de Newton y teoría de la gravitación al canto-.

Pues bien, un cirujano norteamericano, que procuraba aliviar dolores crónicos mediante implantes electrónicos colocados en la médula espinal, advirtió la muy placentera reacción de una de sus pacientes cuando colocó los electrodos en un sitito equivocado. De modo que, a la pregunta del facultativo sobre qué le ocurría, la señora no dudo en manifestar, muy convencida, que tendría que enseñar a su marido a provocar ese mismo resultado. Luego, por tal error de localización, el médico cayó en la cuenta de un nuevo efecto de los estímulos eléctricos, no ya para aliviar el dolor, sino para conducir al orgasmo; aunque claro está que este último, entre otras cosas, puede calmar los dolores. Y así, el cirujano resolvió conectar los cables a un pequeño generador de estímulos, más o menos del tamaño de una cajetilla; para que, colocado bajo la piel de una de la nalgas de la paciente, pudiera ser controlado a través de un mando a distancia, con solo presionar el botoncito del placer -del mando, no se confundan-. Parece que uno de los problemas técnicos tiene que ver con en el tiempo de uso, ya que la autonomía da, más o menos, para una hora diaria. Y aunque el doctor sostiene que no quiere limitar las posibilidades, advierte que un uso descontrolado puede resultar malsano. No vaya a ser, entonces, que de la disfunción se pase a las adicciones y haya que cortar los cables.

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