Incautos

Siempre he sentido predilección por el otoño. Por encima del resto de estaciones, la mía, sin duda, es el otoñoCreo en los débiles y despistados, en los sumisos e incautos; y creo porque jamás me traicionarán

C AMINÉ durante horas por los mismos sitios; observé durante mucho tiempo las mismas personas; y me detuve en el último momento en su puerta. Llevaba días muy enojado por los malos entendidos y las acciones ajenas; y me acongojaba tener otra vez la misma sensación de impotencia. Me dolía en exceso que nadie se diera cuenta del dolor compartido que tenía en mi interior y sobre todo que a nadie se ocurriera que una persona como yo pudiera sufrir por mi causa. Pero lo cierto era que lo pasaba mal. Me molestaba que los lugares comunes, los estereotipos, los clichés, oscurecieran los valores solidarios que yo defendía; que a todos los salvapatrias solo se les ocurrieran esos lugares repetidos para ejercer de altruistas. Hasta me dio la sensación de que a los salvadores solo les preocupaba parecerlo, alejándose de la honradez y contentándose con la honorabilidad. Sobre todo me molestaba la invisibilidad de los verdaderos problemas sociales y la falsedad de aquellos que se vanagloriaban de su humanidad. Entonces, y todavía en su puerta, reflexioné sobre mis actos. A pesar de no ser comprendido me sentí aliviado. A mí me satisfacía estar cerca de las verdaderas grietas de mi mundo. Me sentí lleno al estar al lado de los esclavos del trabajo, de los sufridores reales de occidente, de los que padecían las manías psicóticas de los tiranos y estaban a riesgo de un despido por permitirse el lujo de ser sí mismos. También me sentí repleto al situarme junto a los que no llegaban a fin de mes por su precariedad. Más aún sentí algo especial al ser amigo de algunos que padecían las consecuencias de las discriminaciones positivas de otros y de las políticas compensatorias de los demás. Sobre todo me sentí orgulloso de conocer a los aún no tenían derecho a ser víctimas por culpa de falsos estereotipos, a esos que portaban además la desconsideración de las estéticas. Tal vez por eso, y aún en su puerta, tuve el valor de llamar al timbre. Cuando oí los pasos por el pasillo sucumbí. En el instante que se abría tuve una sacudida nerviosa. A la sazón, y frente a sus ojos, tuve que decirle: "yo creo en ti, en las personas inocentes, sumisas, obedientes; creo en la generosidad de los incautos, de esos que nadie toma en serio y que son objeto de burlas; creo en los lentos, en los débiles y frágiles, en los despistados y ausentes; y creo porque sé que jamás me traicionarán".

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