Ingvar

Entre sus hazañas estaba la de comprar ropa de segunda mano en los mercadillos

Ingvar el roñoso. Sólo tenía 54.000 millones de dólares. Entre sus hazañas estaba la de comprar ropa de segunda mano en los mercadillos, ir a hoteles baratos, viajar en avión en clase turista, coger las bebidas del minibar de los hoteles y luego reponerlas con las que había comprado fuera para no pagarlas con la cuenta del hotel. Vamos, como yo. Con la pequeña diferencia de que yo no tengo 54.000 millones de dólares. Con la excusa de la austeridad benefactora del ahorro y la salvación del planeta, igualito que Carrero Blanco con su boli de plástico desgastado y roto arreglado con papel celo en el mismísimo despacho de Presidencia de Gobierno para que se notara que allí nadie derrochaba y que se aprovechaban los bolígrafos hasta las últimas consecuencias. La austeridad es el disfraz de la roña, mezquindad y tacañez, pero no para salvar el planeta sino por pura manía ahorradora del que no le importa que se gaste siempre que los que gasten sean los demás y se lo gasten en el negocio de uno, que no va a gastar ni las suelas de los zapatos. Como el millonario que tenía en su casa un teléfono con monedas para las visitas y cuando les preguntaban si podían usar una llamada de teléfono decía, por supuesto, ahí lo tienes. Ahí tienes, la desfachatez para ti solo. A Ingvar le encantaría ese invento que exprime los tubos de la pasta de dientes hasta la desesperación y seguro que él abriría luego el tubo para raspar los restos. Llevarse los sobrecillos de azúcar de las cafeterías, las servilletas, los bolígrafos de los bancos. A lo mejor te daba para comprarte un kilo de azúcar en el súper, de un euro, que te duran semanas o meses. O comprarte ese boli que te gustaba de un par de eurillos, de colores, tener siete u ocho, sin gastar, sólo por el placer de verlos en tu escritorio y usarlos de vez en cuando. Derrochar en comprarte en El Corte Inglés esa camisa que vale veinte o treinta euros y que te dura años y que tanto te gusta ponerte. Pero ya no puedes, Ingvar, ahora sólo pueden derrochar los demás, manirrotos del mundo que hacen que la economía sea algo factible. Comprarte algo por placer y no por absoluta necesidad. Dar un buen ejemplo, Ingvar, llevando siempre ropa de segunda mano. Dar un buen ejemplo para convertir el mundo en algo miserable donde nadie se toma ni un café y pide un agua de gratis para que ahorre yo y gastes tú, en mí. Ahora sí que ya no gasta nada.

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