Hasta ahora, Ciudadanos había pasado por ser un partido de amplio espectro ideológico que aspiraba a jugar el centro con mayúsculas, de ahí que su líder, Albert Rivera, elogiase tanto a Adolfo Suárez como a Felipe González. Pero, claro, no se puede ser sociademócrata y marcar como primer objetivo económico la rebaja de los impuestos y la supresión del de sucesiones. Ciudadanos es hoy un partido liberal, moderno, más nacionalista español que el propio PP, pero sin complejos con el pasado y sin las ataduras morales de esa otra derecha tradicional que se crió en las faldas de los obispos. Lo que ha ocurrido después de las elecciones catalanas del 21-D es que Ciudadanos ha decidido instalarse en el mismo espacio electoral que el PP, un poco más a la izquierda, es verdad, pero sin renunciar a una extrema derecha que se identifica con su nacionalismo desacomplejado. Pablo Iglesias fracasó en su intento de engullir al PSOE, y erró porque ni él ni los pocos que le rodean después de varias purgas son personas maduras, responsables y consecuentes. Es cierto que al PSOE lo ha dejado hecho unos zorros, pero Podemos sólo puede aspirar a ser una IU 3.0. A Rivera podría ocurrirle algo similar, tiene un modelo de país, pero la bisoñez juega malas pasadas y tiende a minusvalorar la experiencia de la madurez. En este caso, la del PP.

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