SI alguien leyó la estupenda entrevista que publicó El Magazine del domingo pasado con la escritora Doris Lessing, último Premio Nobel de Literatura, supongo que repararía en un detalle que a mí me llamó la atención. La escritora, que ahora tiene 88 años, vive en una casa de tres pisos de Londres, sin ayudantes ni secretarias, a pesar de que tiene tantas dificultades para moverse que ni siquiera puede subir al piso de arriba, donde tiene su dormitorio y su máquina de escribir. Pero además, la escritora vive con un hijo que ahora debe de tener unos sesenta años. Y resulta que este hijo tiene una minusvalía psíquica (en la entrevista no se nos explicaba cuál), y había vivido con su madre desde 1949, cuando Doris Lessing se separó de su segundo marido -el que por cierto le dio el apellido- y se fue a vivir a Londres con este hijo "especial".

En la entrevista se nos decía que la escritora no quería que los extraños vieran a este hijo, así que lo dejaba en la cocina mientras recibía a los periodistas. No he leído a Doris Lessing, y hasta ahora -la verdad sea dicha- nunca había sentido mucho interés por su obra. Pero cuando supe que había tenido que hacerse cargo de este hijo "raro" desde 1949, y que a pesar de todo, había conseguido sacar tiempo para escribir sus libros, sentí algo que no sé si llamar simpatía, o incluso afecto, o casi me atrevería a llamar admiración. Imaginé a Doris Lessing escribiendo sus libros durante décadas, en aquella misma casa de tres pisos, sentada en su escritorio e intentando concentrarse en una trama que trascurría en el otro extremo del mundo, en Rodesia quizá (que ahora es Zimbabwe), mientras dedicaba uno de sus muchos recovecos mentales -las mujeres tienen varios recovecos mentales dedicados a realizar docenas de operaciones simultáneas- a averiguar qué estaría haciendo su hijo en aquel mismo momento, dónde estaría, a qué silla se habría subido o a qué peligrosa ventana abierta se habría asomado.

Y luego me pasó una cosa más complicada. Porque me pregunté si yo hubiera sido capaz de hacer una cosa así, en el caso de haber vivido solo y sin nadie más que me ayudara. ¿Habría sido capaz de hacerme cargo durante sesenta años de un niño "complicado" que requería una atención especial? ¿Lo habría llevado al médico? ¿Lo habría metido en la cocina para que no lo vieran los extraños que llegaban a mi casa? ¿Y habría estado pendiente de que no se cayera por una ventana abierta y tuviera preparados su cena y su desayuno? Estoy seguro de que no. Yo me habría buscado cualquier excusa para internarlo en un centro especializado y quitármelo de encima. Y en cambio, Doris Lessing hizo todo lo contrario. Y todavía vive con ese niño de sesenta años. Mis respetos, señora Lessing.

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