Maestro albañil

La construcción, desde la irrupción misma de la vida humana, representa el dominio del hombre sobre la tierra

Con el tiempo, ha crecido mi admiración por el trabajo de los albañiles. He aprendido más de técnica y procesos constructivos viendo trabajar, en obra, a buenos albañiles y permaneciendo horas junto a ellos que los siete años de universitario en Pamplona, estudiando para ser arquitecto en la facultad. En el sentir general, la albañilería ha sido siempre una profesión un tanto denostada, de poca categoría, vista como privativa de individuos vulgares o embrutecidos. Nada más lejos de la realidad; los albañiles pertenecen al gremio de los artesanos, de los buenos y altamente cualificados artesanos. La albañilería tradicional -que, en el fondo ha cambiado muy poco en los últimos dos milenios- precisa gran sabiduría técnica y un ingenio e inteligencia de largo recorrido. Y a ello ha de unirse, es cierto, la dureza propia del trabajo físico, que hace parecer equivocadamente a los albañiles como trabajadores de poca cualificación o mano de obra esclava. En este sentido, me ha admirado siempre también su capacidad de trabajar intensamente a un ritmo adecuado, midiendo la efectividad y máximo rendimiento con los menores movimientos o acciones, a fin de aguantar un largo día de trabajo y no caer agotados en la primera media hora. Como en todas las profesiones, hay trabajadores buenos y no tan buenos, pero viendo funcionar a los buenos albañiles se reencuentra uno con la fuerza telúrica de lo primigenio, con la vigencia de un oficio que es tan antiguo como la misma humanidad; las manos de los albañiles expresan como pocas la capacidad del hombre para levantar sueños y materializarlos, para marcar el territorio con su presencia y apropiárselo. La construcción, desde la irrupción misma de la vida humana, representa el dominio del hombre sobre la tierra y su decisión de incardinarse a ella, de someterla y de someterse a ella, para lo bueno y para lo malo. Construir, por ello, es una forma de expresión y una forma de arte desde que mutamos a partir del mono. Cuando veo trabajar a los buenos albañiles bajo la supervisión de un buen esteta-director de orquesta, la montaña de papeleo, licencias y burocracias previas -que hoy se exigen a toda obra- me parecen una soberana banalidad, una estupidez y una tontería perfectamente prescindibles.

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