Luz de cobre

Antonio Lao

Mañanas de Lotería y Navidad

LA Navidad en mi casa siempre ha comenzado con el soniquete de los "Niños de San Ildefonso" cantando la Lotería. Era muy niño, -los recuerdos son casi imperceptibles, pero siguen ahí- y ya me levantaba con con ese sonido llenando toda la casa.

Mi padre siempre se levantó muy temprano. Tanto que no recuerdo un sólo día en el que él no estuviera en pie a las seis de la mañana e incluso antes. La rutina era invariable. La chimenea, aún humeante de la jornada anterior, había que reavivarla y nada mejor que unos cuantos leños de olivo, bien secos, para caldear un ambiente en aquellos viejos cortijos, en los que el frío en invierno se te colaba por cualquier rendija y no entrabas en calor en todo el invierno. Luego ponía un buen café, cuyo olor lo inundaba todo y la radio. Aquella vieja Inter, color creama, que Antonio Pérez Lao, hoy presidente de Cajamar, logró venderle por cincuenta duros, 250 pesetas de finales de los años sesenta, y que aún hoy conservo aunque no funciona, pero su valor es incalculable. No existía la Frecuencia Modulada (FM) y con un poco de suerte podíamos escuchar Radio Nacional de España, Radio Almería en algunas ocasiones y en los días claros y diáfanos hasta Radio España de Madrid. Las noches eran otra cosa pegados a la BBC, Radio Francia o Radio Alemania, pero esa es otra historia que otro día contaré.

Volvamos a los niños de San Ildefonso y la Lotería. En Doña María por esta época siempre hacía frío, mucho frío. Llovía desde octubre -mucho más de lo que lo hace ahora- y la humedad se dejaba sentir por todas partes donde miraras. Tan sólo la música -si cierro los ojos la siento con nitidez- de los "Niños de San Ildefonso"- era capaz de aliviar cualquier tipo de tiritona.

Hoy, pasados más de cuarenta años, aún sigo despertándome cada mañana de 22 de diciembre y primer gesto, después del café, es poner la radio, a veces la televisión, pero no es lo mismo, y escuchar el cantode los famosos escolares madrileños repartiendo millones y felicidad. Nunca nos ha tocado nada, pero tampoco importa mucho. Lo realmente a destacar es el espíritu de aquellas mañanas, transmitir esa especie de tradición a mis hijos y recordar, con cariño y admiración, la figura de mi padre.

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