NO es lo mismo hacer migas en un palacio que tener un palacio hecho migas. En este caso, no obstante, coinciden ambas cosas en el tiempo. Me refiero al cortijo-palacio del marqués de Almanzora, en Cantoria y en trance de ruina. El pasado sábado vivimos una nueva jornada festiva para reivindicar, una vez más, su rehabilitación, promovida por Lázaro López Cazorla y los suyos, a los que nos sumamos otros irreductibles. Un estupendo concurso de migas almanzoreñas para llamar la atención y sacudir conciencias; una cuarentena de sartenes con un buen nivel, del que doy fe, pues me tocó ir de jurado. La intención es restaurar el edificio para uso cultural; centro de recepción de visitantes del Almanzora, punto de información turístico, centro de interpretación del valle y sede de alguna administración comarcal como la Mancomunidad o el Proder. El bello y singular palacio decimonónico, cuya primitiva construcción se inició por el marqués de los Vélez a finales del XVIII, es uno de los casos representativos del estado ruinoso de una parte, nada desdeñable, del patrimonio artístico y monumental de la provincia. Acontece todo esto, además, en unos tiempos turbulentos para la política cultural autonómica, señalada y acusada a cada instante; falta de protección de muchos edificios, destrucción de otros, gastos disparatados con nefastos resultados…Pero por encima de todo, una actitud que no admite la crítica, venga de donde venga, y pretende callar bocas ejerciendo la persuasión de corte facistoide o cesando una delegada y poniendo otra, sin variar un ápice su postura y su manera de hacer política. Cierto es que el balance popular sobre una gestión cultural concreta no tiene aún fuerza para influir decisivamente en términos electorales; no es cosa de interés mayoritario. Quizás por eso los partidos políticos han visto siempre la Cultura como un elemento exclusivo de propaganda, útil para hacerse la foto sin miedo a ser juzgados; una especie de garantía para darse un lustre estético, falso y epidérmico. Además, por herencia histórica, el español no es capaz de tener una interlocución exigente con la administración. Todavía existe un factor generalizado en nuestro disco duro -atañe por igual a ciudadanos y representantes políticos- que nos hace ver la administración como el símbolo del poder establecido, con el que es mejor llevarse bien, por lo que pueda pasar. Hay que cambiar esta idea preconcebida y hacernos más europeos; los representantes democráticamente elegidos son una suerte de empleados nuestros y han de cumplir con su trabajo, atendiendo las demandas y problemas que se plantean desde la sociedad civil. Espero que la recién creada Red para la defensa del Patrimonio provincial, que integra a todos los colectivos en esta materia, luche en esta dirección.
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