Crónicas desde la Ciudad

Miguel Naveros

Al conjuro de Los Coloraos raramente faltamos a lista convocados por La Marsellesa y el Himno a Riego

Estoy acostumbrado a las semblanzas biográficas, digamos que conozco la técnica. Pero, cómo se escribe el obituario de un amigo? Aquellas obedecen a unas reglas prefijadas: padres, lugar y fecha de nacimiento y de defunción. En medio, lo más sobresaliente de su vida y obra. Aunque podrían aplicarse a un amigo del talante de Miguel Naveros Pardo (descendiente por línea paterna de la rama liberal de Colombine), no lo haré. Prefiero recordarlo desde los sentimientos, de evocar las situaciones y emociones en común, que fueron muchas. Esta mañana (la fatídica del 30 de marzo), escuchando al Niño de las Cuevas y a su hijo Antonio a la guitarra dedicarle la elegía a Miguel Hernández o fandangos de Enrique Morente, me viene al recuerdo una noche especial en la peña El Morato con Miguel rodeado de seres queridos, entre ellos mi prima Alicia Miralles, prematuramente desaparecida, embelesado en una charla ilustrada por Anabel Castillo sobre "La Mujer, la Copla y el Flamenco", aunque loco porque llegase al descanso para así poder fumarse un par de cigarrillos (o tres)… ¡Jodido tabaco!

Lo conocí a finales de los 70 en el salón de plenos consistorial en el acto embrionario de los futuros homenaje a los Mártires de la Libertad. Allí estuve con su padre José Miguel, igualmente periodista y escritor; con D. Juan José Pérez, figura prócer de la abogacía, y con el juez y diputado socialista Navarro Esteban (¡cómo lamento su olvidó de la prometida fotografía que testimoniaba la reunión!). Al conjuro de Los Coloraos raramente faltamos a lista convocados por La Marsellesa y el Himno a Riego. Para mí, que cabalgaba en paralela línea ideológica, era todo un lujo. Y más cuando en un arrebato de íntima sinceridad me confesó que podía haber sido su hermano mayor. Coincidimos largos años en el periódico del que llegó a ser subdirector y asumí varios "embarques Naveros", que diría la común amiga Nieves Molina, en forma de proyectos editoriales. Ahí pude comprobar su generosidad -siempre el consejo oportuno y el tutelaje adecuado- hacia los jóvenes que se iniciaban en la hermosa tarea de informar a los lectores. No me extrañó por tanto ver a muchos de ellos emocionarse o pronunciar bellas palabras de despedida. Para otra ocasión dejo los cuatro intensos años vividos durante su mandato en el Instituto de Estudios Almerienses. Solo me resta mostrar mi más sincera condolencia a su madre, a Belén, Isabel y a todos los que le quisimos en vida

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios