LA celebración de la Navidad -o la llegada del solsticio de invierno, según los gustos- se va a parecer este año a lo celebrado: el nacimiento de Jesús en un pesebre. No por una súbita vuelta a la religiosidad de esta sociedad secularizada, sino por los evidentes signos de austeridad con que se presentan las fiestas. A la fuerza ahorcan.

Una prestigiosa escuela de negocios ha dibujado los perfiles de esta austeridad sobrevenida a causa de la crisis. Las familias españolas gastarán este año una media de 800 euros en la campaña navideña, un 18% menos que el año pasado. Lo curioso es que bajará el dinero dedicado a la alimentación, pero subirá el destinado a regalos. ¿Y eso? Quizás el español no quiere privarse de practicar la elegancia social del regalo y, puesto a ahorrar, prefiere recortar el gasto en alimentos. No porque vaya a dejar de comer, sino porque comerá y beberá productos más baratos. Si uno anda tieso, mejor que la tiesura se note en casa y no se transparente a amigos, vecinos y clientes. El caso es aparentar.

Del lado de la oferta se está produciendo una acelerada adaptación a las necesidades de un mercado en crisis. Los comercios han roto definitivamente con las pautas clásicas sobre periodos de rebajas y no paran de inventarse promociones con los más variados pretextos. Algunos establecimientos conozco yo que llevan meses anunciando saldos por liquidación del negocio, y nunca lo liquidan. No hay más remedio que deducir que todo obedece a una estrategia comercial porque los stocks no pueden ser inacabables. Ni el milagro de la multiplicación de los panes y los peces explicaría tanta prodigalidad.

Muchas empresas han restringido notablemente los regalos navideños. El número de cenas y copas ofrecidas a los empleados se han reducido. Eso perjudica al sector hostelero, aunque favorece a la estética social. El envío de cestas ha quedado limitado a la mínima expresión. Las mesas de los periodistas de Economía aparecen desoladas: con muchos papeles, como siempre, y ninguna caja de vinos o mantecados. En las tradicionales comidas de grandes compañías la mariscada ha sido sustituida por el bolígrafo de propaganda.

Y no les digo nada lo que está pasando con el jamón. Hay tantas paletas y paletillas almacenadas que ya no saben qué hacer para salir de ellas. Te venden paletillas por cuatro euros. Qué digo por cuatro euros, te las regalan a cambio de compras insospechadas. Contratas un viaje medio qué y te dan un jamón, vas a una reunión de multipropiedad y te dan un jamón (si llegas pronto y aguantas el rollo), llevas el coche a que te arreglen una luna rota y jamón que te crió... Imagínense cómo quedarán los estómagos con la calidad que se supone a estos jamones de saldo. Pero eso, en Navidad, se nota menos.

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