República de las Letras

Nuevo libro

El libro, finalmente, salió redondo y creo que ha sido el mejor de los que hasta ahora he escrito

Después de la estúpida Navidad, comercializada, domesticada, desnaturalizada, alejada de sus significados primigenios -no necesariamente los que nos enseñaron durante todos aquellos años del franquismo, sino los otros: los primigenios, ya digo-; después de la estúpida Nochevieja -idem, eadem, idem- y después de una gripe de caballo que ríase usted de la de 1918, hace justamente un siglo, empieza el año que decimos nuevo y que viene con todas las incógnitas y todas las certezas con que vino el pasado y el anterior, y el anterior… Todo está descubierto y todo está por inventar. Hace un par de años, por estas fechas, yo dudaba y le daba vueltas a la cuestión de la forma de mi libro BARRIO ALTO, pues no quería que fuese un libro de memorias infantiles al uso y, además, pensaba que no valdría la pena si no superaba a su precedente, RETRATO PARCIAL EN ROJO, donde ya vertí gran parte de mis recursos narrativos. El libro, finalmente, salió redondo y ha sido el mejor de los que hasta ahora he escrito. Empezado 2018, me encuentro en la misma situación, la de dar forma -una forma creíble, una forma atractiva, pero una forma adecuada al contenido- a mi próximo libro, ese que cierra la trilogía, la saga personal en que me embarqué hace ya tantos años. Hace poco, en uno de estos artículos que van componiendo mi particular REPÚBLICA DE LAS LETRAS, recordaba (Diario de Almería, 28 de noviembre pasado) la Nochevieja de 1968, aquella que pasamos los cuatro amigos, Ángel, Juanjo, Paco y yo, tocando la guitarra, cantando y grabando en un magnetofón de bovinas que nos prestó Leo, el de Casa Puga. Ni gota de alcohol. Muchos Celtas cortos. Muchos chistes y risas. Y un repertorio de casi cien canciones de la época que los cuatro ilusos -que éramos cuatro ilusos- ensayábamos los domingos por la mañana en la Alcazaba esparciéndolas al viento -con aquellos sueños, aquellas ilusiones estúpidas y aquella adolescente inmadurez que disfrutábamos- por sobre el Mesón Gitano al barrio de la Plaza Pavía, donde vivía cierta niña rubia que, de azul, me subyugó hasta hoy. De aquella aventura inocente y sencilla que cuento siempre en torno a la nochevieja va a cumplirse, por tanto, medio siglo. ¡Cuántas cosas caben en medio siglo! Y cuántas no. Cuántas canciones. Cuánta Vida. Y ahí, casi sin darme cuenta, estimado lector de 2018, es donde he hallado el comienzo de mi próximo libro. FELIZ AÑO.

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