Pasada la tormenta

¿Hemos terminado ya con la guasa y la crítica sobre el joven de áurea melena y su granja laringea de aves?

Venga, ¿ya? ¿Hemos terminado ya con la guasa y el mosqueo y la crítica, en gran parte bien merecida, sobre el joven de áurea melena y su granja laríngea de aves? En general creo que sí, al menos en parte, aunque, como ya ha hecho historia nada más producirse el evento, sospecho que en esta España tan nuestra que cantaba Cecilia no vamos a dejar pasar la tentadora ocasión de seguir sacándole punta hasta la indigestión. Para empezar, a ver con qué cara nos las ingeniamos ahora para hacer chistes comparativos a la baja con la vecina Portugal después de haber recibido un soberano revés en nuestro engreído semblante. Aunque, por otra parte, me gustaría hacer aquí un alto para manifestar mi asombro por la cantidad de seguidores festivaleros que han surgido como si llevaran toda la vida agazapados bajo tierra. O no, espera, que me da que esto va a ser, de nuevo, la constatación de lo suelta que tenemos la lengua y la vergüenza cuando se trata de poner a caer de un burro a un alguien o a un algo por el cual hasta el momento sólo habíamos sentido desprecio o, en el mejor de los casos, indiferencia. Que el Festival de la canción europea se desprestigió a sí mismo hace años no hay quien lo dude, entre otros motivos, por la común aceptación de que todos cantemos en inglés como una muestra más de la pleitesía rendida al imperio anglosajón. Me tocas lo que rima en singular. Pero hete aquí que llega un fulano cantando en su lengua materna, sobre el que, y esto es lo que más nos pirra, se habla más por lo personal que por lo profesional, y encandila los sentidos de un público sobrecargado de golpes de efecto audiovisuales. No. Tampoco. Tampoco podemos ser tan ingenuos como para seguir creyendo que en casos como este gana el mejor y todo es producto de una respuesta masiva girando al minimalismo y la emotividad. Europa es demasiado anciana como para no saber cómo y con quién jugarse los virajes. Hoy necesitamos sensibilidad y canciones de cuna como otras veces hemos necesitado mensajes reivindicativos contundentes u otras veces llamativas puestas en escena. Pero, dejando a un lado el escepticismo, da gusto que de vez en cuando gane el festival alguien que te susurra sin necesidad de convencerte con castillos de pirotecnia. Y de vuelta a tierras cervantinas seguiremos rajando sin compasión obviando la podredumbre que habita más allá de focos deslumbrantes y disonancias desafortunadas.

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