Patria

Se me estiran las comisuras de los labios para convencerte de que con los años todo lo que llevo dentro me lo he traído al mar

Te arrimas para dejar caer, cerca, muy cerca, a media voz, una pregunta. Cuál es tu patria, me susurras. Y yo respiro para que notes mi aliento, y te respondo que mi patria está en aquel lugar desde donde el corazón me llama a voces. El sitio que palpita vivo en cada uno de los recuerdos que aún conservo. Mi casa de número impar en aquella calle estrecha de la infancia, esa es mi patria. El trozo de mundo que me alcanza por el hueco de la ventana, mientras estoy sentado en un pupitre desgastado en el que están grabadas las iniciales de mi nombre. Aquel olivo que se abraza a un tronco viejo y arrugado; las horcaduras de sus ramas altas donde anidan los guacharros; las hileras ordenadas que se pierden de la vista entre las lomas, mientras cae silenciosa la tarde, aturdida por los reclamos de las perdices; las tapias de los barrios altos sobre las que se encaraman las copas de los naranjos agrios; el rastro húmedo y pedregoso del remanso del río donde se intuye el elegante movimiento de las ranas; las aguas limpias de las albercas en las que flotan ingrávidas las ovas; también las polveras de las ramblas y las rodaduras de los tractores impresas en el barro del camino. Y la sombra de una nube que, al moverse allí donde flotan los aviones, acaricia las espigas en los campos fértiles de trigo y amapolas. Todo eso es mi patria.

Y ahora te preocupa qué queda de todo aquello. Se me estiran las comisuras de los labios para convencerte de que con los años todo lo que llevo dentro me lo he traído conmigo al mar. No ha habido más equipaje. Que, en la playa vacía, donde el viento de poniente levanta la arena tibia en la que hundo mis pies desnudos, también está mi patria. Que, en la estela de los barcos, allí donde se tambalea la última luz de la tarde, antes de agotarse del todo, también está mi casa. Y la veo desde mi terraza, que también mira al mar, allí al fondo, en un infierno íntimo, escondida en el horizonte mientras arde sin piedad el cielo, con la mecha que han prendido los arreboles tras los que se esconden los acantilados.

Y si el tiempo todo lo oscurece, en la soledad de mis noches tengo encendida la luz vacilante de unas mariposas de aceite que vigilan el sueño.

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