En el escenario actual ser político no puede serlo cualquiera. Si tenemos en cuenta que la política es performativa, que altera su relato para garantizar el electorado, y que está desconectada de nociones como justicia y moral, es difícil establecer el perfil adecuado para ejercer esta profesión. En principio muy pocos políticos son licenciados en ciencias políticas y si cabe, menos aún, tienen formación en el área de trabajo que gestionan. A mi juicio, para ser político hay que tener grandes dosis de interpretación y por otro lado contar con rasgos psicopáticos. Desde el punto de vista de la psicología, la psicopatía es un trastorno de la personalidad en el que existe una falta total de empatía, una postura egocentrista y al mismo tiempo una conducta parasitaria en tanto y en cuanto la vida social se basa en la manipulación del prójimo. El psicópata cosifica al otro, lo reduce a algo no humano y por eso no siente remordimientos. Es por esto por lo que la psicopatía, a mi modo de ver, aparece como el mejor rasgo de la mayoría de los políticos actuales; les describe. Y no solo por la corrupción estructural sino por las manifestaciones públicas donde es fácil observar la ausencia de empatía con el pueblo ante sus problemas más inmediatos y urgentes. Con toda probabilidad, las causas de esta deriva estén en el capitalismo corporativo donde la mentira es necesaria para el mantenimiento del sistema; y al mismo tiempo en las imposiciones de los partidos a través de sus códigos de malas prácticas. Por ello, estoy convencido, se hace necesario dar un giro copernicano en la política. Es del todo imperativo incorporar al sector licenciados en ciencias políticas y tecnócratas (profesionales) que no solo sepan conectar la moral a la política sino que conozcan los vericuetos de su área de trabajo y sepan gestionar los problemas. Pero ese poder solo lo tiene el pueblo a través de las elecciones. Para mí la decisión es clara: el electorado debe discernir si quiere que le represente un psicópata o un licenciado en ciencias políticas. Este debate, sobre todo, debe plantearse en el seno de los votantes reincidentes, en los partidofílicos, en los amantes de logotipos y banderas, en esos que aunque no lo digan tampoco llegan a fin de mes. Estos, en realidad y aunque lo niegan con premura, tienen una vida tan precaria como los votantes de la oposición.

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