La tapia del manicomio

Redistribución

Desde hace diez años, el cacho de tarta del excedente empresarial supera al de los salarios, y antes no pasaba

Tradicionalmente, todo aquel con ideología más o menos de izquierda confiaba en que la intervención del Estado serviría para aminorar la desigualdad. Esto es lo que llevó a que, desde la II Guerra Mundial, los partidos socialdemócratas -los defensores más conspicuos de la redistribución de la renta- gobernaran durante mucho tiempo y en muchos países. El planteamiento era muy sencillo: que el mercado se ocupara de producir la tarta y el Estado de redistribuirla mediante impuestos y el consiguiente gasto público. Quede claro que para que el sector público gaste primero tiene que allegar dineros que gastar; y no hay más fórmula que los impuestos. Luego vendrá la cuestión de ver en qué gastar. La socialdemocracia proponía impuestos progresivos: que pague más el más gane, con un tipo impositivo más alto cuanto mayor es la renta. Y aquí ha fallado el sistema, porque el único impuesto progresivo es el IRPF. En teoría, porque tiene sus martingalas. Aunque para trampas el de Sociedades, que además está pensado para que las empresas se escaqueen, con más facilidad cuanto más poderosas son. Y los demás impuestos son indirectos -IVA, gasolinas, alcoholes, electricidad, tabaco…- y paga todo el mundo lo mismo, gane el sueldo mínimo o catorce millones al año como, por ejemplo, el presidente de Iberdrola.

Desde el lado del gasto parece bastante claro que los desembolsos en pensiones, sanidad y educación (que son las partidas más gordas) contribuyen decisivamente a disminuir la desigualdad, porque todos los ciudadanos tienen acceso a estos servicios. Pero en la realidad, las desigualdades son crecientes y cada vez mayores. La renta nacional, como es lógico, se reparte entre excedente empresarial y salarios. Pues bien, desde hace diez o doce años, el cacho de tarta del excedente empresarial supera al de los salarios, cosa que hasta entonces no pasaba. Y encima agravado por la propia mala distribución de los sueldos: la diferencia entre los asalariados que más ganan y los que menos no deja de aumentar a una velocidad que mete miedo. ¿Dónde parará esto? Porque si no para habrá cada vez más pobres y eso que ya hay más que pajarillos. Y si, por algún milagro este proceso de desigualdad y precariedad se parara, ¿será antes de la revolución o después? A ver si fuéramos capaces de recordar el viejo aforismo de que "la avaricia rompe el saco".

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