República de las Letras

Reforma de la Constitución

Es muy difícil una reforma válida para todos. Para eso hacen falta buenos políticos, leales al país y al pueblo. Y, sobre todo, honestos

A NUEVE días de las elecciones catalanas, que darán de nuevo la victoria, por escasa diferencia, a los independentistas, el liderazgo de la oposición a Ciudadanos y la llave para la formación del govern a Podemos y sus afines, sabemos que importantes cuestiones pendientes, vitales para el país, ni se resuelven con estas elecciones ni se van a resolver en un futuro si es el PP el partido que gobierne España. Así, por ejemplo, la reforma de la Constitución será imposible, pues no puede haber un consenso mínimo entre los partidos. Además, cualquier reforma debe ser participada por todas las formaciones políticas del arco parlamentario sin excepción. Y debería ser sometida, claro, a referéndum. En España, la Constitución no tiene ya -desde el 1 de octubre pasado, la aplicación posterior del 155 y el ingreso en la cárcel o el exilio de los líderes independentistas catalanes-, no tiene, digo, la consideración por todos los agentes políticos de ley fundamental de todos los españoles. Nada que ver con la de los Estados Unidos o la del Reino Unido -que no la tiene en un documento como tal, sino en un conjunto de textos legislativos y parlamentarios-. En estos dos países, por ejemplo, ninguno de los dos partidos turnantes aspiran a la reforma profunda del sistema, mucho menos a sustituirlo. Pero en España el bipartidismo ha periclitado y ha surgido toda una gama de partidos que sí que aspiran a una profunda reforma del sistema. Esto hace muy difícil una Constitución que pueda ser válida para todos. A eso se unen aquellas cuestiones vitales a que aludía más arriba: está pendiente un gran acuerdo para la instauración de una enseñanza laica, libre y plural; una reforma de las pensiones que aporte seguridad, tanto a los pensionistas actuales como a los futuros, sin concesiones a la especulación descarnadamente capitalista; una reforma de las comunidades autónomas que convierta al Senado en la cámara de representación territorial que necesita el Estado; un cambio en las estructuras productivas que reduzca ese ejército de parados que el capitalismo feroz genera en sus depredaciones especulativas; un amparo constitucional de los derechos de los trabajadores y los derechos ciudadanos, convirtiendo a los sindicatos y demás organizaciones sociales en entidades independientes, etc., etc. Para eso hacen falta buenos políticos, leales al país y al pueblo. Y, sobre todo, honestos.

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