¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Resembrar España

Se detecta una cierta fatiga autonómica, una conciencia de que se ha ido muy lejos en la exageración de las diferencias

Fue la antropóloga Isabel González Turmo la que nos contó que la butifarra figuraba entre los embutidos más importantes para los andaluces en los siglos XVIII y XIX -sólo por detrás de la morcilla-, y que los catalanes empezaron a hacer el gazpacho al mismo tiempo que los hijos del mediodía. Para esta investigadora gastronómica, la cocina regional es un invento reciente que comenzó con los recetarios de la Sección Femenina y que ha sido magnificado hasta límites cómicos por el Estado de las Autonomías. En eso que llaman la "España plurinacional" se escuchan lejanos ecos de los coros y danzas.

Rajoy, con su brillante y surrealista retranca parlamentaria, hizo el pasado miércoles una reflexión desde el estrado del Congreso que no debe caer en saco roto. En respuesta a sendas intervenciones de los diputados Aitor Esteban y Joan Baldoví, quienes habían disertado sobre las patatas calientes territoriales vasca, catalana, murciana (sic), valenciana o balear, el presidente del Gobierno apuntilló: "El problema es que hay mucha gente que quiere que le hablen de las patatas españolas". La ovación cerrada que le dedicó su grupo fue, esta vez, merecida. Desde hace tiempo se detecta una cierta fatiga autonómica, una conciencia de que se ha ido demasiado lejos -y en algunos casos se ha llegado a hacer el ridículo- en la continua búsqueda y exaltación de las diferencias regionales. En resumen, se observa en un amplio espectro de la población una necesidad de resembrar la idea de España. Incluso Podemos, tan cercano en muchas ocasiones a los separatistas, suele presumir de un patriotismo federalista que, aseguran, redimirá al país de sus habituales peleas por las lindes y la recaudación de los impuestos.

En estos días se ha escrito mucho sobre las tendencias centrífugas de la Península Ibérica, idea que es evidente. Sin embargo, apenas se ha resaltado la existencia de otra fuerza no menos cierta y permanente: la de la cohesión y la unidad. La vemos en la Hispania Visigoda, en el Al-Ándalus de los Omeyas, en la unificación de Castilla y Aragón o en nuestra tortuosa historia constitucional. Los nacionalismos periféricos -y algún compañero de viaje- llaman a este sentir "unionismo" para contaminarlo con el siniestro recuerdo del terrorismo naranja del Úlster. Nosotros preferimos no bautizarlo y observar simplemente cómo fluye, pese a los muchos millones de euros que se han invertido para eliminarlo.

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