Ruidos de Sevilla

La gente se había acostumbrado a los Silencios de Sevilla. Cuando llegaron los Ruidos corrían para huir

Casi todo evoluciona hacia lo contrario de lo que era. La ley del péndulo. Hemos pasado de los Silencios de Sevilla a los Ruidos de Sevilla. Ahí está el declive estético y ético de la ciudad de la gracia. Si hoy viviera José María Izquierdo escribiría un libro titulado Divagando por la ciudad de la desgracia. En una investigación redonda y espectacular se ha llegado a la conclusión verosímil de que un ruido produce una avalancha, y que la onda se puede expandir hasta 62 calles. Probablemente, todo eso sucedió porque la gente se había acostumbrado a los Silencios de Sevilla. De manera que cuando llegaron los Ruidos de Sevilla corrían para huir.

Los Silencios de Sevilla tenían unos momentos predilectos en la Madrugada: el Silencio en la calle Francos, el Gran Poder atravesando la plaza de San Lorenzo, el Calvario por la calle Castelar y la plaza de Molviedro... Nadie pensaba, hasta la Madrugada de 2000, que los ruidos machacarían esos silencios. A nadie se le ocurría entonces que la intimidad mística de sentir el Gran Poder se pudiera romper por una pelea de borrachos. Ni que eso diera lugar a la propagación del ruido a la velocidad de la luz. Hasta destrozar el orden, el equilibrio; y por puro miedo, sin motivo.

Los Ruidos de Sevilla son los gritos de un senegalés, las bravatas de unos delincuentes comunes, el chirrido metálico que se difunde como si fuera la bocina de Satanás, los golpes con barras bravas en las vallas, las avalanchas que corren hacia lo desconocido, los gritos de nazarenos arrollados, el llanto de los niños que sienten el mismo temor de los padres. Los ruidos son siempre hostiles: paran la música, violan el respetuoso silencio de los que oraban sin palabras, amedrentan el ánimo de quienes aguardaban con ansia a su Esperanza, pisotean los momentos sagrados.

Para combatir los Ruidos de Sevilla se podrían colocar pancartas con la frase No tengáis miedo, que Juan Pablo II convirtió en lema emblemático de su pontificado. Aunque se oiga un ruido de ultratumba, sin motivación aparente. Aunque tengas el ánimo encogido por el último atentado yihadista. Aunque veas a personas que huyen por miedo a sus propios miedos.

Habrá megafonía tranquilizadora, vallas blandas, consejos amables, cruces mejor regulados en las esquinas… Todo será dispuesto para paliar los Ruidos de Sevilla. Pero sería mejor recuperar los Silencios, que nada rompa su fragilidad. Algunos también le tienen miedo a un cierto Silencio, donde se percibe que Dios respira.

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