Siria: quién se atreve

Algunos hombres buenos del lugar dicen que la osadía, como la valentía, forja a los perdedores

Hay que saber perder con clase, me repito. Hay que saber fracasar con elegancia y vencer con arrojo. Porque el mundo, como ya advirtió Charles Chaplin, da mucho más de sí, como para dejarlo escapar. Quizás, el viejo poeta no se equivocaba. Alzamos nuestros cuerpos, agónicos, cada madrugada, para levantar ciudades e inútilmente gritar un mundo que nunca ha existido. Permitimos formar parte de una sociedad de la que poco queda ya de nosotros. Callamos. Bajamos la cabeza. Y avanzamos con nuestros flemáticos cuerpos hacia el inminente naufragio. Otro día más, nos decimos, mientras imploramos una tregua, un aplazamiento o una concesión de nuestros sueños más ocultos.

Algunos hombres buenos del lugar dicen que la osadía, como la valentía, forja a los perdedores. Los hacen más humano. Les condonan los miedos, por los sueños, aunque perezcan en el intento. Es una sensación que sólo los seres humanos pueden poseer. Tener la conciencia que vivir no basta: un sentimiento tan noble, como noble lo puede ser el vino o como el besarte, amor, escribiendo incansable las páginas de tu cuerpo, aunque sobre nuestros labios sigan muriendo los siglos.

Así es como se forja un ser humano bueno. Con ese impulso que implica arriesgar todo lo que se tiene, a pesar que conlleva un riesgo. Así es como nos han educado. A no dejar nunca nada por sentado. A revolvernos ante las injusticia. A no dejar caer al débil. A sublevarnos ante la injusticia. Ese es el legado de las mujeres y los hombres buenos que nos han dejado. Esa humanidad que ya poco nos queda, que apenas nos cabe en la palma de la mano. Quizás, por eso, nos extrañemos cuando Europa mira hacia otro lado, con el mismo cinismo con el que muchos le dan a un "like" o retwitean una frase o una noticia que nos advierte del dolor del mundo. Quizás, por eso nos extrañe que Europa intente ser el fiel reflejo de la sociedad que tenemos. Un sistema dirigido a que estemos preocupados por nuestro mundo más inmediato y por las cosas de más andar por casa. Mientras nos lavan las manos haciéndonos suspirar o poniéndonos la cara de estupefacción cuando en la tele nos enseñan las atrocidades que ellos mismo han creado en el mundo. Que no nos extrañe, mi querido lector, que no nos extrañe que aquellos que dirigen Europa nos quiera convertir en el mismo tipo de cobardes que son ellos.

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