LA manida reunión de Águilas ha dado mucho que hablar a lo largo de la semana que hoy termina y seguro que seguirá haciéndolo en la que mañana empieza. Cada día que pasa aumenta mi percepción -basada en una sospecha más que en una certeza- de que lo que allí se ventiló en privado tuvo poco que ver con lo que luego se hizo público a través del famoso e incongruente comunicado que venía a decir que si Emery antes estaba lejos, ahora se acercaba. Lo único que parece claro en todo este embrollo es que Unai fue a la cita con el temor de tener que dar una respuesta al órdago lanzado por Alfonso García y que, visto lo visto, el presidente temió ejecutar el ultimátum. La respuesta es sencilla: ambos tenían miedo de que la afición, que ya está empezando a cansarse de un asunto que se está dilatando más de la cuenta, se les echara encima. Solución: se proclama a los cuatro vientos un "acercamiento de posturas" cuando en privado ambas partes han quedado liberadas para buscar al futuro inquilino del banquillo (entiéndase el club, sin descartar la continuidad del vasco), o para comprometerse con el mejor postor, ese equipo que pueda saciar la sed de ambición deportiva de un técnico en alza (entiéndase Emery). Es un trato lícito si se deja al margen la mentira piadosa trasladada a la afición, a la que creo no se ha tratado con toda la madurez que merece y ha demostrado a lo largo del año. Estoy seguro de que si el pasado martes sale una decisión en firme, nadie hubiera quemado a nadie en la hoguera, pero que el culebrón se alargue en el tiempo sí puede dejar algún cadáver en el camino, sobre todo si al final la historia acaba con la marcha de Unai. Queda la sensación de que han faltado arrestos en ambas partes para evitar las especulaciones y uno no puede dejar de sorprenderse cuando lee las palabras de Emery en una entrevista concedida al compañero Heredia (AS) en las que asegura que se está quemando su figura. En el pecado lleva la penitencia...