Teatro con actriz

Antes del comienzo todas las butacas están vacías porque nadie se atreve a entrar

En el escenario hay tres tumbas blancas, como escribía Villaespesa, con el cáliz de una azucena labraron su caja, cuatro serafines, a hombros la llevaron a su panteón. Antes del comienzo todas las butacas están vacías porque nadie se atreve a entrar, como la habitación de Buñuel, hasta que una acomodadora da la voz de que entren, por favor. Nosotros somos los primeros en romper la primera pared invisible. Un acomodador va llevando a cada espectador a su asiento y en pocos minutos se oyen comentarios vulgares, jolgorio. Entre la algarabía se va sentando el público y se van saludando a lo lejos, con voces soeces. Un muchacho visiblemente orondo nos pide paso y se sienta dejando un asiento vacío entre nosotros y él. Un minuto más tarde una muchacha ocupa ese espacio, se conocen, se saludan, pero no vienen juntos. Llegan los periodistas y se sientan en las primeras filas. Y con la platea llena a rebosar, todos ya sentados, suenan timbres y timbres de llamada al tiempo que una mujer sale con las luces aún encendidas y se arrastra por el suelo, sola. No hay telón, no se abre el telón, no hay antes y después, todo es continuo, con las luces todavía sin apagar del todo, la mujer empieza a hablar acercándose poco a poco al proscenio. Durante el largo monólogo, palabra pervertida por los cómicos que han llegado a alguna parte conquistando los teatros y renovando la escena a base de textos chabacanos, la mujer actúa y expone con voz clara y rotunda su vida. El sonido, como si se acercase y apartase de un micrófono inexistente, se amplifica y se desamplifica en función de cambios mínimos en su posición. Desgrana soltando de vez en cuando granos de su vida, la mujer, la nada, el vacío, la tierra, el origen, el desierto, la proyección, la ruptura, el destino, la libertad, el libertinaje, las nuevas vanguardias, Ramón Gómez de la Serna, al que la mujer llama familiarmente Ramón, hasta que fija el espacio y el tiempo diciendo Gómez de la Serna y aparece el mundo, la cultura, el éxito, la fama, las relaciones sociales al más alto nivel. La mujer es columnista, articulista, reportera de guerra, en el centro de la historia, en el café de artistas, en el centro de la colmena, hasta ser la reina del enjambre. Y poco a poco vuelve a la nada, a las tumbas, que son de madera, fingidas, están hechas con tablas y ella es una actriz. No cae el telón porque no hay telón, solo hay fin.

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