Tolerancia y respeto

En lo ideológico, la tolerancia y el respeto alcanzan hasta los límites que se le permiten a la libertad de expresión

En lo ideológico, la tolerancia y el respeto alcanzan hasta los límites que se le permiten a la libertad de expresión. El problema reside en fijar el punto exacto de esos límites, la frontera precisa, sin caer en subjetivismo o arbitrariedad. Casi todas las instituciones y personas pregonan hoy la tolerancia y el respeto hasta que ellas mismas son blanco de críticas, más o menos fundamentadas, más o menos lógicas, más o menos justas. La cosa es muy antigua y su debate estuvo ya en los corpus filosóficos que sentaron las bases para la caída del mundo medieval, con sus intransigencias y verdades reveladas, y el advenimiento del mundo moderno. Es, en todo caso, un problema sin resolver, una permanente colisión de derechos y legitimidades que se apoyan en la indiscutible libertad del individuo. Como ejemplo ilustrativo, la célebre "Carta sobre la tolerancia", publicada anónimamente por John Locke -el gran pensador inglés- en 1689, en el marco aún de las fraticidas guerras de religión que asolaban Europa y, por supuesto, Inglaterra. En ella, Locke apostaba por ideas tan avanzadas para la época como la separación radical entre Estado y religión, el carácter de íntima convicción de cualquier fe y la necesidad de tolerar, bajo un mismo trono la existencia de cualquier confesión, otorgándoles a todas los mismos derechos. A todos menos a los católicos y a los ateos. Sorprende que una mente tan avanzada como Locke niegue a estos dos grupos lo que pide para todos los demás. En el caso de los católicos argumenta que la iglesia del Papa es proclive al totalitarismo ideológico en cuanto tiene el poder. Afirma, en cierta forma, que no se puede ser tolerante con quien, posiblemente, en el futuro, va a ser intolerante con nosotros. Un argumento preventivo que hoy todavía, desgraciadamente, nos suena muy de cerca. Y en el caso de los ateos argumenta presuponiendo el carácter amoral de todos ellos, pues para él, el orden moral y las pautas de conducta de una sociedad emanan de la religión. Locke pensaba que los ateos buscaban solo su placer personal, no temían castigo divino y eran por ello peligrosos para la sociedad. El caso de Locke ilustra a la perfección como los estados del mundo moderno, incluso los más avanzados, fijan siempre unos límites a la tolerancia y el respeto, generalmente allí donde la castas dominantes ven amenazados sus intereses, con falaces argumentos que aluden a la seguridad de la tribu.

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