EL DERECHO Y EL REVÉS

Francisco Giménez

Veinte años no es nada

TANTOS años dedicado a mi trabajo de profesor han dado para bastante, sobre todo en el ámbito de las relaciones humanas. No es verdad que los centros de enseñanza estén hechos de ladrillos, cemento y demás materiales solamente.

Las aulas, los pasillos, las salas de profesores, cada rincón de un colegio o de un instituto son memoria en multitud de afectos personales que bullen como en un hervidero, pura vida que borbotea y se arremolina en cada rincón.

En las pizarras se escriben diarios y biografías con tiza invisible y es nuestra propia vida la que dejamos escrita.

Sin duda que una de las cosas más fascinantes que me han ocurrido en todo este tiempo ha sido la de conocer y tratar a unas cuantas mujeres maravillosas que he tenido como compañeras y algunas como jefas.

Educado en un mundo patriarcal, fue para mí un descubrimiento fascinante de mis primeros años de maestro compartir con ellas una visión diferente de las cosas, un interés verdadero por la organización del trabajo, por la colaboración efectiva y por el entendimiento real entre iguales, despreocupadas sinceramente por esos otros intereses masculinos de la ostentación y la representación en los cargos directivos.

La primera mujer de la que hablo es Regina Montero, directora de colegio, de espíritu enérgico y luchador, sencilla, alegre y excelente profesional. Sólo compartimos un curso escolar pero conseguimos guardarnos afecto, amistad y respeto para siempre.

Ella era la primera en batirse por la calidad de la enseñanza pública. La última batalla la libró contra un cáncer despiadado, fue valiente como siempre pero esta vez no pudo ganar la partida.

Todavía recuerdo con una pena infinita la mañana que nos vimos por la calle y necesité unos segundos para reconocerla y saber si era ella realmente.

Los tratamientos contra la enfermedad habían hecho que ya no fuera la misma. Una rabia mortal me sacude cuando pienso que ahora, a partir de este curso, podríamos haber sido otra vez compañeros. Me acuerdo mucho de ella y la echo mucho de menos.

Estos recuerdos se agolpan y en contra del viejo tango que canta Gardel, no tengo miedo del encuentro con el pasado, vuelvo a él y tomo fuerzas para afrontar el futuro inmediato, este fin de curso por ejemplo.

Vivo con el alma aferrada a su dulce recuerdo, siguiendo con la canción, pero ese recuerdo me empuja a seguir adelante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios