Torre de los espejos

Juan José Ceba

El abrazo del árbol

AQUEL pastor de sabidurías del campo, que es hoy director de mi Colegio, se monta en el coche, y veo que arropa un arbolillo, con cuidado y ternura: -Es un algarrobico, voy a plantarlo en mi cortijo. Pienso: qué verdezca el corazón sanador de la naturaleza.

Desde hace días, Pedro me ha enseñado a espiar y a seguir los insólitos otoños y primaveras de un ficus, en el paseo de San Luís: en poco más de una semana, el árbol majestuoso ha ido perdiendo todas sus hojas y, lo hemos visto cubrirse, de manera súbita, con un verde pujante. Él ha seguido los cambios, día a día, con la pasión inusitada de quien se sabe unido a la tierra con todas sus fibras.

A nuestro paso, cerca del mar, aparecen los troncos huecos y esqueléticos de varios algarrobos que, como el olmo seco de Machado, muestran su firme resistencia y sus brazos enjoyados de hojas ardidas con el sol. Una vida que parece imposible y es un canto al deseo de existir, frente a la adversidad.

Recuerdo el amor largo y conmovido del poeta Antonio Maldonado, que pasó media vida soñando, escribiendo y leyendo, bajo la sombra gratificante de su algarrobo, tan alma de su alma que, cuando tuvieron que separarse, con un dolor indefinible, el árbol bajó sus ramas, le rodeó y le abrazó, con un estremecimiento, que iba de la raíz hasta la copa.

Le muestro a Pedro mi deseo de dejarle un libro -que llevo conmigo-, "El hombre que plantaba árboles", la impresionante historia contada por Jean Giono, el espléndido escritor francés que, desde Provenza, alumbró para el ecologismo, hasta dónde puede llegar una sola persona, en su anhelo de vivificar la tierra.

El pastor de este cuento, dedica su vida entera a plantar robles, hayas y abedules en terrenos baldíos, en montes yermos y desolados, hasta conseguir, con su solo esfuerzo, secreto y sobrehumano, la creación de bosques inmensos, masas exuberantes de un paraíso regenerador.

De la historia utópica de Giono, que pedía una acción transformadora hacia la belleza, nacieron muchos árboles.

Su cuento fecundó planes de reforestación e hizo posible la extensión de bosques, sobre una tierra que reclamaba la vida, con anhelo de madre.

Evocamos el trabajo durísimo de nuestro amigo Rafael "El Rana" quien, en las rocas de las Cuevas de las Palomas de la capital, por donde tantos años fue reptando el hambre, supo soñar un jardín escalonado, con calles vegetales, colmadas de frutos y de flores, en unidad profunda con el monte y la mar.

Y ahí, Pedro, abrazado a su arbolillo, viendo la mano creadora de bosques.

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