Hace unos años, reflexionaba en este mismo espacio sobre la hipertrofia legislativa que sufre nuestro país, sobre ese insensato empeño de nuestras autoridades en disciplinarlo todo. Les avisaba entonces de la inseguridad jurídica que provocaba esa forma tan descabellada de entender la potestad de mandar. Ahora, lustro y pico después, acaba de hacerse público el informe anual de la CEOE que de nuevo certifica, en frías cifras, el descomunal tamaño de un disparate que se perpetúa. En 2017 se aprobaron 517 normas estatales, las cuales ocuparon 223.043 páginas del BOE. Junto a ello, las Comunidades Autónomas promulgaron 253 disposiciones con rango de ley, para lo que fueron necesarias otras 731.525 páginas. Sumadas, 954.568 páginas de nuevas regulaciones que, en tan breve plazo, entraron en vigor en el Reino de España.

Añadan -el despropósito no se agota ahí- los preceptos de ámbito inferior: Ayuntamientos, Diputaciones Provinciales, Cabildos Insulares y un largo etcétera de organismos que se afanan diariamente en reglamentar hasta el aspecto más trivial de nuestras vidas. Y aún queda, no se olvide, el control supranacional: la Unión Europea dictó en 2017 otros 1.920 reglamentos, directivas o decisiones que contribuyeron a agravar una asfixia insoportablemente creciente.

Frente a quienes sostienen que estamos inmersos en un sistema de neoliberalismo feroz, los hechos objetivos demuestran justamente lo contrario: no ha habido época histórica en que la actividad humana haya estado más ordenada, estatuida y condicionada. Ya no hacen falta totalitarismos descarados ni prohibiciones groseras. Con la sibilina excusa de diseñar un mundo que evite abusos, limbos y excesos, y siempre por nuestro bien, van pautando nuestras conductas, maniatando nuestras iniciativas y robándonos cada vez más parcelas de nuestra libertad.

Es urgente que la sociedad tome conciencia de la dañina estupidez a la que conduce tal ambición intervencionista. ¿Cuánta riqueza se pierde en el laberinto de esa lógica burocrática? ¿Cuántos proyectos mueren o no nacen por la maraña de obstáculos que el poder ha tejido en la inmensidad de una legislación abrumadora, absurda e ineficiente? ¿Quién es capaz todavía de saber lo que realmente puede o no puede hacer? ¿Tiene sentido, al cabo, que sigamos consintiendo la locura de cuantos, artículo a artículo, nos están dejando sin capacidad de decisión, sin alternativas personales y sin aire?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios