El auge de la cleptocracia

La rapacidad es consustancial al hombre y a la mujer y, a mayor abundamiento, al poder, en especial al poder político

No les quiero desencantar espiritualmente en el Día Internacional del Libro y, menos aún, en esta veraniega primavera mediterránea. Pero desde que el mundo es mundo ha habido y habrá pobres y también corrupción. No sé de qué nos extrañamos ahora con tantos dimes y diretes, como sí ahora en la política hubiera más corrupción que antes, habrá seguramente menos que en épocas pasadas debido a la globalización, sobre todo por el loable y plausible servicio público del Poder Judicial, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, el Tribunal de Cuentas, las Inspecciones de Trabajo y Tributaria, el periodismo y otros centros directivos, pero seguirá existiendo este comportamiento hasta que el Homo sapiens sapiens siga teniendo en su genética molecular un atrofiado genoma tan nocivo, insalubre y peligroso para el conjunto de una quijotesca sociedad sustentada por un sistema democrático de convivencia y de respeto a los derechos y libertades reconocidos universalmente. La rapacidad por tanto es consustancial al hombre y a la mujer y, a mayor abundamiento, al poder, a cualquier poder, especialmente el político. El que parte y reparte se lleva la mejor parte. El que administra el procomún se lucra con el trabajo de sus administrados y a poco que se prolongue el cargo acaba metiendo los guantes blancos en la pecaminosa y mercantilista caja. Desde la escuela se nos debería de enseñar que una ley universal nos explicara que de igual manera que la humedad oxida el hierro, el poder corrompe al género humano. Del ideal del gobierno de los mejores, la aristocracia, o de la democracia, gobierno del pueblo, hemos comenzado este robótico siglo XXI con una renovada cleptocracia, el gobierno de los ladrones, que se enriquecen y acumulan grandes patrimonios traficando con influencias y encubiertas marrullerías mientras predican la justicia social. En fin, es fácil reconocer quienes son la cleptocracia cada vez más populista porque desarman mentalmente al pueblo y lo monopolizan con la fuerza de la mentira compulsiva y piadosa so pretexto de mantener el orden público, la seguridad e ideas involucionistas, porque se ganan a las masas de gentes con la falsa idea ácrata de redistribuir con pura demagogia electorera, esgrimiendo cualquier ideología o creencia religiosa a la carta, que justifique ese no recto proceder y el no bien común en la gestión pública y buena gobernanza.

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