La banalidad del mal

Esperaba encontrarse con un ser depravado y demente y se encontró con un tipo absolutamente vulgar

En 1961, Hannah Arendt, la prestigiosa pensadora judía que había definido magistralmente la esencia de los totalitarismos en sus ensayos, asistió en Jerusalén, como reportera enviada por la revista The New Yorker, al juicio contra Adolf Eichmann, quien había sido el alto funcionario de las SS encargado de materializar y gestionar toda la maquinaria burocrática necesaria para el asesinato de seis millones de judíos en los campos de exterminio nazis. Eichmann escapó de Europa después de la guerra y vivía bajo una identidad falsa -Ricardo Klement- en Buenos Aires, trabajando en una factoría de Mercedes Benz como un ciudadano discreto, hasta que fue secuestrado el 11 de mayo y llevado a Israel. Hannah asistió a todas las sesiones del juicio con sumo interés y poco después, ya de vuelta en EEUU, publicó varios artículos y un ensayo compendio en 1963, titulado "Eichmann en Jerusalén. La banalidad del mal", que generó mucha controversia entonces. A Hannah le sobrecogió la aparente "normalidad" del monstruo. Esperaba encontrarse con un ser depravado y demente y se encontró con un tipo absolutamente vulgar. Eichmann no era un sádico o un psicópata, ni tan siquiera violento, tampoco era un nazi convencido en el sentido ideológico radical; era un tipo normal, un alto funcionario que cumplió órdenes disciplinadamente y nunca se interrogó por la moralidad de su trabajo. Pero Eichmann no estaba solo. Aunque él fue la mente capaz de organizar toda una maquinaria de muerte sin fin, necesitó la ayuda de un ejército de funcionarios como él, técnicos, administradores, oficinistas y operarios, todos ellos personas "normales", cumplidores y buenos padres de familia, que no tenían en su ADN la voluntad de masacrar a semejantes. O sí. Hannah se interrogó por esta "banalidad" tan inquietante de la maldad humana, llegando a la conclusión de que los totalitarismos modernos se caracterizaban por extirpar la capacidad de pensar moralmente. Lo que llevó a estas personas a perpetrar horrendos crímenes sin la menor conciencia de maldad fue la inexistencia completa de pensamiento y la idea de que estaban prestando un servicio, como buenos funcionarios, a su patria. Estremecedora reflexión que nos invita a hurgar en nuestro yo interior y en la fría racionalidad instrumental del mundo contemporáneo.

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