Algunos catalanes con ojos azules

"Me convertí en un perfecto nazi, buscando la manera de ser malo con los compañeros de ojos castaños"

Cuenta D. Eagleman en El Cerebro (Anagrama 2017), un experimento que ideó una maestra rural de Iowa, J. Elliott, en 1968, tras el asesinato de Martín L. King, para que los niños percibieran qué significaba verse discriminado. Dispuso que los chavales de ojos azules serían mejor tratados que los de ojos castaños, a los que distinguiría con un collarín; y aplicó un trato desigual a unos y otros: los ojos-azules podrían jugar en el patio o tener más tiempo libre que los ojos negros, etc. Y el efecto fue sorprendente, pues los chicos de ojos azules se radicalizaron a la hora de exigir sus ventajas. Aunque unos días después la maestra invirtió los privilegios y los niños de ojos oscuros pasaron a tener más recreo y las demás prebendas que retiró a los ojos azules, señalados ahora con collarín, lo que generó efectos análogos, pero a la inversa. La experiencia marcó de forma ilustrativa a aquellos críos, según D. Eagleman, que entrevistó años después a alguno de ellos, ya adulto, y aún recordaba vivamente aquella experiencia escolar en la que mientras se vio favorecido, contaba, «me convertí en un perfecto nazi, buscando la manera de ser malo con los compañeros de ojos castaños». Aunque cuando se invirtió su efímera supremacía «quedé hecho trizas, como nunca había experimentado». Lo cierto es que aprendieron a ponerse en el lugar del otro y, sobre todo, que las reglas discriminatorias, todas, son arbitrarias. Y al oír hace días a un político, cerril, comparar a Cataluña con Dinamarca y al resto de hispanos con el Magreb, me dio por cavilar sobre qué sucedería si en esta Cataluña hoy guarreada por algunos "ojos azules", se pudiera experimentar en sus escuelas que, por unos días, todos los niños dieran clase solo en castellano y en otros, sólo en catalán. O que sólo ondearan banderas españolas y las señeras se quemaran o silbaran. Y si todos los rótulos del comercio lucieran unos días en castellano y en otros, al revés. Y así con todo. Puede que muchos soberanistas sintieran, en vivo, cómo fue el franquismo anterior al 78, pero a la vez y sobre todo, en qué ha degenerado el puyolismo doctrinario. Y hasta puede que asumiéramos, todos por fin, que la educación en tolerancia es el único medio de domesticar la soberbia y de domar el instinto reptiliano de la "pertenencia al grupo" que cortocircuitan las neuronas de la empatía: que discapacita para convivir con respeto al otro y en paz.

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