La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Las cejas del cine

La nueva Ley del Cine castiga la creación de autor para premiar a las grandes producciones y los 'lobbies' de la distribución

Con Verano 1993 me dormí. No cuestiono la belleza de los planos, las conmovedoras lágrimas de Frida y hasta lo pedagógico de distinguir entre una lechuga y una col. Pero la ópera primade Carla Simón me ha resultado tan desesperante y soporífera como los power point de Terrence Malick en El árbol de la vida.

Aun así, es una película necesaria. Forma parte de eso que los australianos bautizaron como la "economía creativa" y reúne todos los intangibles de lo que entendemos por un producto cultural: el valor de lo original y lo simbólico, su función social, el riesgo inevitable al que se enfrenta y el mercado imperfecto en el que se desenvuelve. Ahí está la grandeza de las industrias culturales. Por su irreverencia y su sentido crítico. Por sus aciertos y sus fracasos. Por su contribución a la diversidad y al afianzamiento de nuestra identidad. Por cuanto supone situarlas (también) en el centro del modelo económico desafiando aquella idea de la "cultura como hormiguero" que popularizó Michel de Certeau.

Nos lo podemos creer o no. Es ideología. La que está detrás de la subida o bajada de impuestos, del IVA cultural y la que subyace en la nueva Ley del Cine. El borrador que ha empezado a circular evidencia que la cultura sigue malviviendo "en los márgenes" y vendría a justificar aquel movimiento de la ceja que irrumpió con ZP.

El sistema de ayudas castiga al cine de autor frente a las grandes producciones y a los lobbies de la distribución. Cuando la industria del cine consigue, por fin, demostrar el impacto suicida que ha supuesto para el audiovisual español un modelo de ayudas sujeto a la taquilla, se fijan unos criterios previos de reparto que encumbran a los directores de éxito, a las productoras que ya dominan el establishment y a las majors. Tratamos el celuloide como una mercancía más. Sin espacio para sorpresas como Ocho apellidos vascos ni bofetadas de talento como Tarde para la ira.

Se trata de la letra pequeña (como hace unos días criticaban desde El español) que el Gobierno esconde y envuelve en el efectista marketing del relato feminista: y es que la nueva ley premiará los proyectos impulsados por mujeres. Eso es lo que se ha vendido. ¡Bien! Pero el ADN no es garantía de nada. No es mejor película Verano 1993 porque lleve la firma de una mujer ni peor Las formas del agua porque emerja del sistema con un cineasto como Guillermo del Toro detrás. El debate es otro. Uno que tampoco toca. No en tiempos electoralistas de dilación y de confusión. No cuando quienes gobiernan no tienen tiempo de ir al cine. Ni interés.

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