Sapere Aude

Juan Fernández Gómez

Todos somos culpables

Han pasado varios siglos desde que en 1640 Felipe IV pusiese todo su interés en que Cataluña permaneciese dentro de España

Un tema que está muy de actualidad es el ferendun del uno de octubre, que tiene como finalidad proclamar la independencia de Cataluña y que dicho sea de paso es un producto de todos los españoles y sobre todo de políticos inexpertos, guiados por programas de partidos que han apoyado un nacionalismo férreo, dando impulso a los Estatutos de Autonomía, que por otra parte, y lo he escrito en varias ocasiones, han manipulado la escuela, conduciéndola a través de numerosos planes de educación a una diversidad de ideas que han brillado por su nefasta función. Estas líneas pretenden hacer un repaso de nuestra historia, al mismo tiempo que esperamos que nuestra Constitución ponga un ápice de cordura en todo este proceso. Han pasado varios siglos desde que en 1640 Felipe IV pusiese todo su interés en que Cataluña permaneciese dentro del conjunto nacional, pues a cambio desestimo la segregación de Portugal, también español y que contaba con un gran imperio colonial, la respuesta es fácil, Cataluña era más de España que Portugal, pero todo esto no fue causa para que los historiadores nacionalistas no tuviesen la misma visión global de un estado nacional unitario y pasaran a reclamar los derechos de una confederación, sin advertir las desventajas a la que estaría sometida una Cataluña independiente. El siglo XVIII hay que contabilizarlo como un tiempo decadente, donde los catalanes prosiguieron sus incursiones por el Mediterráneo, desechando el Atlántico y el Pacifico que fueron objetivo de nuevos horizontes hispánicos. Cataluña no tuvo ninguna participación imperial, incluso cuando tuvo el amparo de Inglaterra fue abandonada a su suerte. Seria con la llegada de Felipe V, cuando se produciría un acercamiento a la corte española, que se tradujo en varias concesiones por parte del rey; pero en mil setecientos cinco Cataluña abandono su fidelidad al rey Borbón, para unirse al bando austracista del archiduque Carlos, corriendo la misma suerte, cuando este tras la muerte de su hermano, el emperador del Sacro Imperio Germánico heredo el trono; y ya terminada la guerra de sucesión, con la victoria de Felipe de Anjou y la promulgación de los Decretos de Nueva Planta, nuevamente visto como un código impuesto al principado, cuestión que demostró después el efecto contrario, pues las relaciones con ultramar y el comercio español duraron más tres siglos, librándola de todos las cargas medievales.

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